Y aquí se acelera nuestro viaje. Con la leyenda del Hada Morgana, de las escarpadas costas calabresas y su apocalíptico beso "cálido y frio, como un abrasador y ululante viento del desierto galopando salvaje sobre los altos ventisqueros de las desolaciones polares"... Y la obsesión de un inventor que ardió en su llama...
Lo llamaban Emperador de lo Virtual, Señor del Espejismo, Mago del Ciberespacio y muchos otros adjetivos que testimoniaban la ferviente admiración popular hacia su mítica figura. Era considerado el más grande talento de la epoca, el hombre que cabalgaba el rayo y domeñaba el trueno, utilizando para ello el inconmensurable poder de la electrónica. En una paradójica época ahita de percepciones y ávida de vivencias, había salido de la nada para convertirse de la noche a la mañana en el centro de la atracción de medios de comunica-ción y de habitantes del planeta, por igual...
Y, realmente, existía justo pie para sus méritos. Había desarrollado una sin igual técnica que empequeñecía los logros iniciales de la ya tradiciónal realidad virtual, rescatándola del ritual de la inmersión personal a traves de "ventanas" individuales articuladas en red, rebasando la barrera tecnológica implícita y proyectando los universos virtuales alli atrapados al ámbito del firmamento, abriendo de paso la puerta los grandes espectáculos colectivos virtuales ,a escala mucho mas allá de lo imaginado por los empresarios de la época. En el arcano recuerdo quedaban ahora los dias de rígidos yelmos y acartonados guantes e incómodos arneses y demás limitantes parafernalias.
Mas lo antedicho era tan solo el preámbulo de un ambicioso y sin par proyecto. Estaba a punto de dar el paso mas audaz de su, de por si, osada trayectoria, y desde ya se regocijaba con ello...
Pero... todo a su debido momento. Para ubicarnos con propiedad dentro de esta narrativa debemos remontarnos primero, en nuestra imaginación, al origen ignoto de este personaje de leyenda, y descubrir los resortes iniciales de su motivación, aquellos que lo catapultaron al estrellato que hoy asume gustosamente. Indaguemos en un pasado desconocido aun para sus mas cercanos seguidores y amigos y aprendamos, con humildad, de los ocultos designios con los que la naturaleza entreteje la incomprensible urdimbre de la existencia.
Y asi nos transportamos, pues, a la escarpada costa calabresa, que bordea el manto azul del mar Jónico, donde un niño y su perro corretean alegremente solazándose, sin saberlo, en las delicias del ocio, en el marco de la majestuosa y cristalina comunión de cielo y oceano. Estamos en época de vacaciones y su familia ha decidido refugiarse en esta apartada región de la comarca para disfrutar del merecido asueto. Lejos está el insoportable bullicio de la gran ciudad y sus siempre crecientes tensiones... Cercano, el rutinario accionar de labradores hollando la agreste tierra para gestar la cosecha bienhechora.
Súbitamente, el niño detecta un nuevo patrón en el bucólico ambiente que lo rodea. Los aldeanos han detenido su actividad uno a uno y otean ahora el mar con absoluta concentración y arrobo. Sin comprender sus diálogos, el niño intuye la importancia del evento. Y su inquietud no pasa desapercibida: "¡Fata Morgana!","¡Fata Morgana!" solo acierta a exclamar el rústico poblador que lo aupa en sus fuertes brazos y apunta con su dedo índice hacia la lontananza uniéndose a los que ya lo hacen desde diversos puntos del acantilado.
¡Y de pronto la ve! En el cielo, a la distancia, una imagen increible se muestra a sus ojos. Enormes formaciones cuasi-rocosas, de extrañas proporciones que recuerdan curiosamente los castillos de los cuentos inmortales que pueblan su naciente fantasía flotan grácilmente sobre el mar imperturbable, cambiando, mutando, desafiando la imaginación y los sentidos con sus imposibles evoluciones y la paradójica solidez de su presencia. Poco dura la visión magnífica. Tan inesperadamente como ha llegado desaparece sin dejar rastro alguno en el límpido escenario. Pero su presencia, en apariencia efímera, ha dejado una indeleble huella en el niño, que lo acompañará toda su vida y se convertirá, en el tiempo, en su misma razón de ser.
Y en el discurrir de su subsecuente adolescencia, despierta a menudo sintiendo, con la misma intensidad del primer dia, el impacto del maravilloso espectaculo que lo estremece, con intuidas promesas, hasta lo mas profundo de su sensibilidad...
Pasan ahora los años. El niño de ayer es ahora osado universitario en pos del conocimiento y del descubrimiento Sabe, desde hace tiempo que "Fata Morgana" es un calificativo calabrés para un espectacular espejismo (que se traduce del italiano al español como "Hada Morgana", la legendaria hechicera celta de los tiempos medievales, la "Dama del Lago" de ebánicos cabellos que hechizo por igual al rey Arturo y a Lanzarote, al rejuvenecido Ogier le Danois y al mitológico sabio conocido como el Mago Merlin).
Y en la sutil deformación que indefectiblemente altera todo recuerdo humano, incorpora ahora a la imagen original que presenciaron sus ojos la majestuosa esencia de una magnífica mujer que se le mostraba sin revelarse en el trasfondo del espectaculo orquestado..
Más luego, a traves de los años que completan su formación profesional, persigue y conoce de cerca al fenómeno del "Hada Morgana" en las diversas regiones del mundo donde se evidencia su insólita presencia, replicándose por igual desde las costas japonesas hasta los vastos y helados parajes de las regiones de los Grandes Lagos. Se trata, en síntesis, de un curioso tipo de espejismo de doble reflexión cuyas potencialidades incendian su imaginación creativa.
Pero aun esto no es suficiente para él. No le basta con su sola contemplación: aspira a su posesión total e irrestricta.
Y surge entonces, pujante, la semilla de lo que va a significar su gran aporte. No quiere que el espejismo resulte mero fruto del azar con su inevitable secuela de desilusiones Quiere poder recrear el fenomeno por voluntad propia,en el siito y el momento que le plazca.. Y pone toda su voluntad y talento en lograrlo.
Primero es el paciente dominio de la caprichosa conformación de las capas del aire, controlandolas, reorganizándolas, depurandolas y disponiendolas, segun sus características de temperatura, a manera de una gigantesca combinación de dispositivos óptico-magnéticos, donde las capas de aire, ahora controladas por la tecnología, actuan a modo de lentes cóncavos y convexos que permiten la reflexión y distorsión "inteligente" de imágenes originadas y captadas en distantes regiones del planeta. Posteriormente, también el sonido en los fenómenos naturales debe ser cuidadosamente estudiado y articulado para su incorporación en las obras futuras a ser montadas. Finalmente, se suceden incontables experimentos y pruebas destinadas a desarrollar y controlar los resultados iniciales obtenidos en ámbitos de cada vez mayor extensión.
Amparado en esta revolucionaria técnica, se convierte en el jefe y motor de una empresa dedicada a montar enormes espectáculos virtuales colectivos, inigualables en cuanto a su impacto sensorial comunitario Los gobiernos del mundo se disputan su presencia y las multitudes la aclaman delirantemente. Es el fenómeno tecnológico de la epoca.
Pero retomemos ahora el hilo de nuestra historia...
Tenía nuestro inventor un plan verdaderamente osado. Consistía en una gigantesca proyección flotando a gran altura, visualizable desde lejanas regiones de la comarca. De noche, iluminada con rayos infrarrojos que la realzaban en toda su espléndida majestad. Holográfica, multisensorial y acompañada por sonidos extraidos de las mismas entrañas de la naturaleza.
Los preparativos para lograr tan magno sueño permitieron vencer obstáculos tecnológicos virtualmente insalvables. Por el contrario, lo más sencillo fue publicitarlo. En una época de comunicación a distancia instantánea y masiva su divulgación era espontánea y, casi diriamos, ineludible. A ello ayudó la cuidadosamente orquestada secuencia de proyecciones de ensayo sobre el firmamento, que, por si sola, promocionaba el trasfondo de lo que se estaba gestando. Por si fuera poco la noticia saltó de "modem" en "modem" con asombrosa agilidad. Apropiadamente, la publicidad dió con el título que habría de exaltar la imaginación del público : La Boda del Hada Morgana". La entusiasta reacción inicial sugería pingües beneficios. Y sobre ella se concentró de inmediato el laboratorio de especialistas, para sublimarla al diapasón de su quintaesencia...
Y llegó finalmente el ansiado momento. Pobladores del area circundante y visitantes provenientes de apartadas regiones geograficas, luciendo por igual livianos lentes infrarrojos adaptados especialmente para tal fin colmaron plazas y avenidas esperando pacientemente presenciar,en el lejano y estatico escenario del firmamento, el aguardado, sin igual fenomeno. Reinaba la calma. Era una fresca noche sin luna de transparentes tinieblas. Habiles y subliminales comerciales se constuituían en preambulo de lo que estaba por venir.
De pronto, un murmullo creciente! En el lejano cielo, comenzaba a bosquejarse en sutiles variaciones una forma, una enorme y majestuosa forma. La vida entera de la comunidad, pendiente del hilo de la curiosidad, se concentraba únicamente en lo que estaba ocurriendo allá arriba. El movimiento en las calles se congeló totalmente.
Orquestada convenientemente, la gigantesca imagen en los cielos se hacía por momentos mas sólida, mas real. Un “oh” de admiración brotaba espontáneo de todas las bocas. Era el mejor reconocimiento a su genio, al fruto paciente de su labor que inventor alguno pudiera aspirar.
El castillo que se cernía en los cielos, ahora nítidamente bosquejado era realmente espectacular: profundos torreones y gráciles almenas donde parecían flamear pendones multicolores anunciando jubilosos la ocasión, mientras cantarines cursos de agua se perdían juguetones en la penumbra umbría de la floresta que orlaba su pie...Todo ello metamorfoseado en los tonos fantasmales del infrarrojo. Y en el remoto confín se percibía un suave parpadear de luces y rumorosos sonidos que contribuían al realismo de la escena...
Pero, ¡un momento! Algo andaba mal... No toda la escena formaba parte de la programación original. De hecho era claro ahora que dos sistemas de imagenes chocaban en el firmamento dirimiendo superioridades. La audiencia vaciló, nerviosa, y su inquietud se propagó con instantánea virulencia. En el cielo se desarrollaba una violenta batalla de ribetes teatrales. Subitamente, la escena original se vio cruelmente intervenida. Las parpadeantes, tenues luces de fondo eran ahora espadas flamigeras que cortaban, ululantes, por igual, almenas y torreones desintegrando su otrora solida presencia. Y aparecieron en el cielo extrañas floraciones fungiformes enceguecedoras, de insoportable luminosidad; irrealidades reales ocurriendo en algun otro apartado lugar del mundo verdadero donde la caja de Pandora había finalmente saltado sus herrumbrosos goznes.
Y parecía que, en medio de aquella épica batalla, una sedosa risa flotaba burlona en el ígneo ambiente, presagiando un inminente holocausto.
"¡Morgana!" exclamó el inventor elevando sus brazos al cielo como si quisiera acaparar sus hechiceras atenciones en un único abrazo.
Luego, todo se desarrolló con inconcebible rapidez. El primero en volatilizarse fue el inventor, tornado en una fina e instantánea capa de cenizas. Microsegundos mas tarde siguieron los espectadores sin miramientos de ninguna clase, sin siquiera una procesión de ayes que los antecediera como lo exigen supuestamente las convenciones. El mundo se deshizo delicadamente, como una urdimbre de policromáticos vapores asediada por una brisa repentina.
EPILOGO
El beso apocalíptico del hada Morgana llegó de pronto, cálido y frio, como un abrasador y ululante viento del desierto; galopando salvaje sobre los altos ventisqueros de las desolaciones polares. Y derrumbó a su paso por igual ( ¡a su inclemente paso!), sueños del hombre y obras de la naturaleza con desdeñosa indiferencia, con absoluta irreverencia.
Y una vez más prevaleció la calma. Eterna ahora... e inmutable...
Monday, April 2, 2007
15- EL TERCER CHISTE
Hace muchos años ese gran escritor de lo fantástico que se llamó Lord Dunsany nos regaló con un original relato titulado "Los Tres Chistes Infernales", donde defiende la hipotesis de que escuchar al diablo es mal negocio... El siguiente relato especula lo que ocurrió a partir del tercer chiste, aquel que nunca debió ser revelado...
El Creativo no estaba,.ciertamente, en su mejor momento. La alerta e implacable competencia había cercenado el éxito de su nueva campaña publicitaria, al introducir un recurso que daba al traste con las nacientes expectativas, planificadas con meticulosa precisión desde hacía varios meses. Por otra parte su mejor colaboradora lo había desertado 'impromptu' tentada por el oro extranjero y, por si fuera poco, había tenido el más terrible altercado con el jefe de la empresa de la cual dependía. ¡Como para tomar vacaciones!
Hervía en una sorda ira. Había sido humillado, vejado, por un imbécil cuya única virtud era la de financiar su existencia. Y los daños a su auto-estima eran irremediables. Había salido de la reunión con la paranoica noción de que el público despreciaba su talento, al atribuirle una patética incapacidad para sorprenderlo, para hacerle conocer algo nuevo. ¡Peor insulto, en su oficio, no podía haberlo!
Este Creativo era un hombre rencoroso, capaz de las mas bajas e irresponsables acciones si se consideraba ofendido. Y quería venganza a toda costa. Contra su empleador, contra el público inconsecuente y veleidoso de la cadena de radio y televisión a la cual servía.
En este estado de ánimo, es de imaginar que no evidenció particular agrado cuando su secretaria le anunció, no sin cierto temor, la presencia de una dama que requería hablar con él.
Arrebujándose en los harapos de su ofendida dignidad, el Creativo decidió darle una oportunidad, ¡ Quien sabe si después del chaparrón que estaba atravesando no aparecería súbitamente la sonrisa del sol, en la forma de un nuevo romance con una bella desconocida !. Y mentalmente la cubrío con productos de belleza de sólido prestigio, que la hacían tanto más atractiva...
La dura realidad vino nuevamente a recordarle su frágil condición actual. La desconocida era pequeña y desgarbada. lucía un ridiculo sombrero con flores 'de mode' y su cuerpo, indiscernible, era cubierto por una bata de color indefinido que le llegaba a los pies.
"Otra loca existencialista, pensó para sus adentros, en cualquier momento comenzará a hablar de pájaros y flores y me endilgará una revista bajo contribución económica 'a criterio'.
"¿ En que puedo servirla ?. Le ruego ser breve. Estoy ahogado en trabajo". (Esto habría de disuadirla...).
Otra vez estaba equivocado.
-" Se trata de mi hermano, dijo la dama sonrojándose. Desapareció hace algunos meses para no regresar. Pero antes de irse me entregó esto". Y colocó una pequeña cinta de grabación de sonido sobre el escritorio del infortunado creativo.
"¿ De que se trata ?"- preguntó este resignadamente.
- " ¿ Ha oído usted hablar de la leyenda de los tres chistes infernales ?" contraatacó la frágil dama.. Y acto seguido, un poco rudamente para la maltrecha cultura del Creativo, explicó con gran solvencia:
"Un hombre que no había sido bendecido con el don de contar chistes, recibió del demonio tres chistes infernales que, supuestamente lo harían extraordinariamente popular. Los dos primeros chistes hicieron que su auditorio murierade risa, en el sentido estricto de la palabra, por cuanto no podían dejar de lanzar carcajadas. Abrumado por el peso de con tal maldición, el hombre deambuló, de pueblo en pueblo, atesorando, pero sin atreverse a contar, el último de los chistes infernales...".
" Interesante como tema pero, ¿ Qué tiene eso que ver conmigo ?". Se hallaba algo molesto ya por el tiempo perdido y peligrosamente cerca de vulnerar su ya de por sí precaria situación".
- "Es que ante usted tiene ahora el último chiste infernal". Y abriendo un arrugado sobre extrajo de él un pliego que tendió al Creativo. Este pudo leer en los trazos inciertos del breve mensaje:
"Querida hermana Annie:
Debo desaparecer por una larga temporada. Creo que viajaré a algún polo, desierto o tundra donde pueda gritar a mi antojo el contenido del último chiste sin peligro para mi salvación. Te dejo copia del mismo en la cinta adjunta, por si -Dios no lo quiera- amerites de alguna prueba que me absuelva de mis involuntarios crímenes. Pero, si llegase el momento de que la necesidad te obligare a ello, siéntete libre de negociarlo, con la condición de que el nuevo dueño esté perfectamente enterado de los riesgos que el mismo encierra par él y para los demás..
Te recuerda
Eddie
El instinto del Creativo no requería de más información para presentir un buen negocio. Aquella dama estaba contra la pared. Su rostro reflejaba los estragos del hambre. ¡ Y los potenciales publicitarios!...Cierto o no aquello constituiría una dulce venganza contra su ingrato público y su estúpido patrón. Apelando a lo más bajo de su, de por sí, vil naturaleza negoció a precio ínfimo la cinta...
En las subsiguientes semanas, la campaña publicitaria se armó sigilosamente, reventando en el mercado con extraordinario éxito. Por una vez en la vida la competencia no tuvo nada mejor que ofrecer. Y el patrón mascó su tabaco con anticipada satisfacción. "¡ ALERTA ! ¡ CHISTE INFERNAL ! -decían los simples e impactantes anuncios- " ¡ ESTA PUEDE SER SU ÚLTIMA OPORTUNIDAD PARA REIR !
La bien orquestada campaña no escatimó gastos a ningún nivel Cine, Radio y Televisión gritaban continuamente el desafío al incauto público. En honor a la verdad, también le advertían sobre el riesgo que corrían pero era como acercar fuego a un reseco pastizal. El público, siempre ávido de nuevas emociones aceptó gustosamente el reto. Nadie quería permanecer al margen de esta experiencia, riesgo o no riesgo. Algunos críticos maliciosos, que nunca faltan, enfilaban desde ya sus baterías para deshacer al infortunado creativo y enterrarlo profesionalmente de una buena vez por todas.
A medida que la fecha límite se acercaba, el Creativo, extraordinario cocinero de publicidad, ordenó reproducir pequeñas partes del chiste (que ,por supuesto, nadie había oído completo) como parte de una muy pegajosa cuña, en el ánimo de aumentar al máximo el diapasón de la expectativa creada.
Y al fin llegó el gran día. El país en pleno estaba en la punta de sus asientos. No excluídos los conductores que habían revisado previsoramente sus radios con anterioridad. Contagiados por el entusiasmo (y las perspectivas de un 'rating' sin límites), patrocinantes en otros países habían adquirido los derechos de retransmisión a precios astronómicos.
Altavoces estratégicamente colocados o transportados por camiones circulantes completaban el cuadro. Un ingenioso publicista presentaba una ayuda televisiva especial para los sordos. Hasta la competencia, vencida en noble justa, se unió al millonario grupo de anhelantes expectadores.
Lo que sucedió ese día residiría para siempre en los capítulos más ignominiosos de la Historia, si hubiera Historia que relatar.... o cronistas que reseñarla.
A la hora en punto y tras un vuelo de fanfarrias, con la mayor seriedad ceremonial, la cinta fue introducida y activada en un poderoso equipo de sonido en la planta televisiva. Millones escuchaban conteniendo la respiración...
El chiste en sí sólo duró escasos quince segundos.
El Mal invadió la confiada humanidad a través de los medios...
Hubo una pausa....
El mundo estalló en carcajadas. Poderosas, escuálidas, histéricas, disnéicas, pero todas ellas irreprimibles. La gente no podía dejar de reir... Al menos mientras estaba viva. Se convulsionaba, se revolcaba en los pisos y las calles atacada por oleadas tras oleadas de convulsiones cada vez más poderosas. Sólo en la gran estación central, donde había sido instalada previsivamente una pantalla gigante, los muertos se contaban por miles. Y ni que hablar de plazas públicas y jardines. Y no se crea que el único efecto devastador fue esto. En los barrios de menores recursos, donde familias numerosas se apretaban en compactos apartamentos para mejor compartir el evento, los edificios, bajo el tremor ocasionado por centenares de carcajadas al unísono, reventaban literalmente hasta quedar virtualmente inservibles. Los animales domésticos aturdidos por la batahola huían enloquecidos en todas direcciones. Clínicas, fábricas, puestos de seguridad de todo tipo quedaron al garete. En autopistas y calles los choques y las colas resultantes fueron apoteósicas. La excesiva automatización de la época mostró, descarnada, su talón de Aquiles. Al perder la supervisión humana, todo el inmenso conglomerado de servicios de las ciudades inició su fatal descomposición. El limitado número de sobrevivientes no era ni remotamente suficiente para copar los mega-monstruos urbanos, totalmente fuera de control. Despues de un breve y frustrante intento, huyeron despavoridos hacia la provincia donde seguramente encontrarían también el drama pero en escala factible de aprehender. También las instituciones del orden público quedaron desmanteladas. Ni policía ni ejercito contaban con fuerzas suficientes para garantizar el control del Estado. De la noche a la mañana la civilización se derrumbó, sus servicios esclerotizados sus comunicaciones destripadas, sus líneas de suministro desintegradas. Y en las pequeñas ciudades, una vez restañadas lentamente las profundas heridas del cisma, comenzó luego el lento y penoso proceso de recuperación de una civilización conducido con admirable solidaridad humana.
Nadie pudo retransmitir nunca el último chiste infernal...Nadie sobrevivió para recordar como terminó.
Ni el mismo demonio se enorgullece de lo acontecido.
El Creativo no estaba,.ciertamente, en su mejor momento. La alerta e implacable competencia había cercenado el éxito de su nueva campaña publicitaria, al introducir un recurso que daba al traste con las nacientes expectativas, planificadas con meticulosa precisión desde hacía varios meses. Por otra parte su mejor colaboradora lo había desertado 'impromptu' tentada por el oro extranjero y, por si fuera poco, había tenido el más terrible altercado con el jefe de la empresa de la cual dependía. ¡Como para tomar vacaciones!
Hervía en una sorda ira. Había sido humillado, vejado, por un imbécil cuya única virtud era la de financiar su existencia. Y los daños a su auto-estima eran irremediables. Había salido de la reunión con la paranoica noción de que el público despreciaba su talento, al atribuirle una patética incapacidad para sorprenderlo, para hacerle conocer algo nuevo. ¡Peor insulto, en su oficio, no podía haberlo!
Este Creativo era un hombre rencoroso, capaz de las mas bajas e irresponsables acciones si se consideraba ofendido. Y quería venganza a toda costa. Contra su empleador, contra el público inconsecuente y veleidoso de la cadena de radio y televisión a la cual servía.
En este estado de ánimo, es de imaginar que no evidenció particular agrado cuando su secretaria le anunció, no sin cierto temor, la presencia de una dama que requería hablar con él.
Arrebujándose en los harapos de su ofendida dignidad, el Creativo decidió darle una oportunidad, ¡ Quien sabe si después del chaparrón que estaba atravesando no aparecería súbitamente la sonrisa del sol, en la forma de un nuevo romance con una bella desconocida !. Y mentalmente la cubrío con productos de belleza de sólido prestigio, que la hacían tanto más atractiva...
La dura realidad vino nuevamente a recordarle su frágil condición actual. La desconocida era pequeña y desgarbada. lucía un ridiculo sombrero con flores 'de mode' y su cuerpo, indiscernible, era cubierto por una bata de color indefinido que le llegaba a los pies.
"Otra loca existencialista, pensó para sus adentros, en cualquier momento comenzará a hablar de pájaros y flores y me endilgará una revista bajo contribución económica 'a criterio'.
"¿ En que puedo servirla ?. Le ruego ser breve. Estoy ahogado en trabajo". (Esto habría de disuadirla...).
Otra vez estaba equivocado.
-" Se trata de mi hermano, dijo la dama sonrojándose. Desapareció hace algunos meses para no regresar. Pero antes de irse me entregó esto". Y colocó una pequeña cinta de grabación de sonido sobre el escritorio del infortunado creativo.
"¿ De que se trata ?"- preguntó este resignadamente.
- " ¿ Ha oído usted hablar de la leyenda de los tres chistes infernales ?" contraatacó la frágil dama.. Y acto seguido, un poco rudamente para la maltrecha cultura del Creativo, explicó con gran solvencia:
"Un hombre que no había sido bendecido con el don de contar chistes, recibió del demonio tres chistes infernales que, supuestamente lo harían extraordinariamente popular. Los dos primeros chistes hicieron que su auditorio murierade risa, en el sentido estricto de la palabra, por cuanto no podían dejar de lanzar carcajadas. Abrumado por el peso de con tal maldición, el hombre deambuló, de pueblo en pueblo, atesorando, pero sin atreverse a contar, el último de los chistes infernales...".
" Interesante como tema pero, ¿ Qué tiene eso que ver conmigo ?". Se hallaba algo molesto ya por el tiempo perdido y peligrosamente cerca de vulnerar su ya de por sí precaria situación".
- "Es que ante usted tiene ahora el último chiste infernal". Y abriendo un arrugado sobre extrajo de él un pliego que tendió al Creativo. Este pudo leer en los trazos inciertos del breve mensaje:
"Querida hermana Annie:
Debo desaparecer por una larga temporada. Creo que viajaré a algún polo, desierto o tundra donde pueda gritar a mi antojo el contenido del último chiste sin peligro para mi salvación. Te dejo copia del mismo en la cinta adjunta, por si -Dios no lo quiera- amerites de alguna prueba que me absuelva de mis involuntarios crímenes. Pero, si llegase el momento de que la necesidad te obligare a ello, siéntete libre de negociarlo, con la condición de que el nuevo dueño esté perfectamente enterado de los riesgos que el mismo encierra par él y para los demás..
Te recuerda
Eddie
El instinto del Creativo no requería de más información para presentir un buen negocio. Aquella dama estaba contra la pared. Su rostro reflejaba los estragos del hambre. ¡ Y los potenciales publicitarios!...Cierto o no aquello constituiría una dulce venganza contra su ingrato público y su estúpido patrón. Apelando a lo más bajo de su, de por sí, vil naturaleza negoció a precio ínfimo la cinta...
En las subsiguientes semanas, la campaña publicitaria se armó sigilosamente, reventando en el mercado con extraordinario éxito. Por una vez en la vida la competencia no tuvo nada mejor que ofrecer. Y el patrón mascó su tabaco con anticipada satisfacción. "¡ ALERTA ! ¡ CHISTE INFERNAL ! -decían los simples e impactantes anuncios- " ¡ ESTA PUEDE SER SU ÚLTIMA OPORTUNIDAD PARA REIR !
La bien orquestada campaña no escatimó gastos a ningún nivel Cine, Radio y Televisión gritaban continuamente el desafío al incauto público. En honor a la verdad, también le advertían sobre el riesgo que corrían pero era como acercar fuego a un reseco pastizal. El público, siempre ávido de nuevas emociones aceptó gustosamente el reto. Nadie quería permanecer al margen de esta experiencia, riesgo o no riesgo. Algunos críticos maliciosos, que nunca faltan, enfilaban desde ya sus baterías para deshacer al infortunado creativo y enterrarlo profesionalmente de una buena vez por todas.
A medida que la fecha límite se acercaba, el Creativo, extraordinario cocinero de publicidad, ordenó reproducir pequeñas partes del chiste (que ,por supuesto, nadie había oído completo) como parte de una muy pegajosa cuña, en el ánimo de aumentar al máximo el diapasón de la expectativa creada.
Y al fin llegó el gran día. El país en pleno estaba en la punta de sus asientos. No excluídos los conductores que habían revisado previsoramente sus radios con anterioridad. Contagiados por el entusiasmo (y las perspectivas de un 'rating' sin límites), patrocinantes en otros países habían adquirido los derechos de retransmisión a precios astronómicos.
Altavoces estratégicamente colocados o transportados por camiones circulantes completaban el cuadro. Un ingenioso publicista presentaba una ayuda televisiva especial para los sordos. Hasta la competencia, vencida en noble justa, se unió al millonario grupo de anhelantes expectadores.
Lo que sucedió ese día residiría para siempre en los capítulos más ignominiosos de la Historia, si hubiera Historia que relatar.... o cronistas que reseñarla.
A la hora en punto y tras un vuelo de fanfarrias, con la mayor seriedad ceremonial, la cinta fue introducida y activada en un poderoso equipo de sonido en la planta televisiva. Millones escuchaban conteniendo la respiración...
El chiste en sí sólo duró escasos quince segundos.
El Mal invadió la confiada humanidad a través de los medios...
Hubo una pausa....
El mundo estalló en carcajadas. Poderosas, escuálidas, histéricas, disnéicas, pero todas ellas irreprimibles. La gente no podía dejar de reir... Al menos mientras estaba viva. Se convulsionaba, se revolcaba en los pisos y las calles atacada por oleadas tras oleadas de convulsiones cada vez más poderosas. Sólo en la gran estación central, donde había sido instalada previsivamente una pantalla gigante, los muertos se contaban por miles. Y ni que hablar de plazas públicas y jardines. Y no se crea que el único efecto devastador fue esto. En los barrios de menores recursos, donde familias numerosas se apretaban en compactos apartamentos para mejor compartir el evento, los edificios, bajo el tremor ocasionado por centenares de carcajadas al unísono, reventaban literalmente hasta quedar virtualmente inservibles. Los animales domésticos aturdidos por la batahola huían enloquecidos en todas direcciones. Clínicas, fábricas, puestos de seguridad de todo tipo quedaron al garete. En autopistas y calles los choques y las colas resultantes fueron apoteósicas. La excesiva automatización de la época mostró, descarnada, su talón de Aquiles. Al perder la supervisión humana, todo el inmenso conglomerado de servicios de las ciudades inició su fatal descomposición. El limitado número de sobrevivientes no era ni remotamente suficiente para copar los mega-monstruos urbanos, totalmente fuera de control. Despues de un breve y frustrante intento, huyeron despavoridos hacia la provincia donde seguramente encontrarían también el drama pero en escala factible de aprehender. También las instituciones del orden público quedaron desmanteladas. Ni policía ni ejercito contaban con fuerzas suficientes para garantizar el control del Estado. De la noche a la mañana la civilización se derrumbó, sus servicios esclerotizados sus comunicaciones destripadas, sus líneas de suministro desintegradas. Y en las pequeñas ciudades, una vez restañadas lentamente las profundas heridas del cisma, comenzó luego el lento y penoso proceso de recuperación de una civilización conducido con admirable solidaridad humana.
Nadie pudo retransmitir nunca el último chiste infernal...Nadie sobrevivió para recordar como terminó.
Ni el mismo demonio se enorgullece de lo acontecido.
14- LA DIOSA ALTA DE LA COLINA ESBELTA
Pobre Diosa Alta ! Venerada en un momento y vilipendiada en el próximo. Majestuosa e imponente Diosa de la Colina Esbelta... Y, no obstante, tan humana, tan bondadosa... Como lloramos tantas veces lo que no supimos apreciar a tiempo ! La historia de la Diosa Alta es mudo testimonio...
La Diosa Alta se erguía en el tope de la colina desde tiempo inmemorial. Los pobladores no podían imaginar su diaria actividad sin la presencia de la Diosa. De ella dependían la fertilidad de las cosechas y la ausencia de la plaga, la fresca brisa y la manigua umbría.
Tampoco los más viejos pobladores podían justificar la aparición inicial de la Diosa. Ni siquiera la celosamente guardada tradición oral, que se extendía a través de los siglos, aportaba un ápice de evidencia del cual partir para averiguar su origen. Pareciera que siempre estuvo allí, desde el comienzo de los siglos... Y era imposible imaginar al artista que le dió vida. Si es que lo hubo....
La Diosa era alta, imponente. Una extraña formación basáltica de pliegos que remataba en un dulce rostro de bellas proporciones y que podía ser vista, sin dificultad, desde cualquier lugar del glauco valle sobre el cual se erguía. Su nombre reposaba en el arcano del pasado inmemorial.
También la colina que la sustentaba era extraña. No podía ser calficada con otro mote que "esbelta", ascendiendo hacia la Diosa en suaves aproximaciones, como queriendo protegerla de todo mal terrenal.
Cuando los verdes campos se llenaban de rubias espigas y los arroyos de los manantiales elevaban su cantarina voz para rendir elogio a la primavera, la Diosa los contemplaba serenamente, desde su atalaya, allá arriba en la esbelta colina que la sustentaba. Entonces los moradores del pueblo sonreían felices de estar vivos y, contemplando la majestuosa Diosa a la distancia, se deshacían en elogios hacia ella por lo afortunados que eran de contar con su benevolencia y con su protección.
Todo el mundo quería a la Diosa. Era un punto de referencia obligado que se contemplaba desde cualquier lugar del ancho valle. Y las mañanas la encontraban circundada de flores, donde la pureza de los lirios del río se entremezclaban con la lujuriosa tropicalidad de bellas orquideas de la selva umbría, que resaltaban en ella como surgidas de la paleta de un pintor.
Y cuando los infatigables turistas, aguijoneados por el demonio de la publicidad, comenzaron a invadir aquella remota región de la isla, en el interior del albo volcán del lago sagrado, la Diosa, impasible y majestuosa, era el blanco obligado de todos los disparadores de cámaras fotográficas. Turistas boquiabiertos la contemplaban mientras sus hijos correteaban en su base intentando vana -pero no por ello menos entusiastamente- trepar hasta su regazo. Ella los contemplaba serenamente como una madre indulgente observa las travesuras de sus pequeños hijos.
Pero toda dicha humana tarde o temprano alcanza su final. Ello está escrito, como muchas otras verdades, en el gran libro de la naturaleza...
Y así llegó un día la época de las vacas flacas. El vasto valle perdió su lozanía, asaltado inmisericordemente por oleadas de voraces langostas y los cultivos dejaron de producir y los rosarios de lamentaciones sucedieron a las risas. Ahora la Diosa era tratada con severidad, vilipendiada, achacándole sus egoístas súbditos todo el malestar imperante, todos los acuciantes problemas que la comunidad estaba atravesando.
Ya no hubo altares perfumados, ni hermosas flores, ni miradas felices, ni frases lisonjeras. La Diosa tenía que irse. Era de mal augurio. ¡Había que desterrarla, cuanto antes mejor!
El día que las brigadas de excavación llegaron al pie de la colina para desincorporar a la Diosa sucedieron cosas extrañas. La Diosa no quería moverse!. Obviamente estaba tan profundamente arraigada y desde hace tantos años que parecía formar parte monolítica de la inmensa roca sobre la cual reposaba. Y no fue posible hacerlo en los dias subsiguientes a pesar de que las crecientes cargas de dinamita que enloquecían con su ruido y nubes de polvo a los pobladores. Ataques con ácido y sopletes no le causaron la más mímima mella. Ella permanecía solemne, impávida ante los fútiles esfuerzos de sus detractores. ¡Hasta un helicópero traído desde una lejana base perdió parte de su fuselaje sin poder levantarla siquiera una fracción de pulgada!
Y llegó la estación de las lluvias y la comarca se vio invadida por mantos de agua que ahogaban al ganado. Y las cosechas se pudrían en los graneros y el hambre acicateó como nunca antes a los infelices aldeanos. Y en ese trágico momento, en esa hora aciaga en que la humildad oculta en el corazón del hombre lo acerca a la naturaleza, la Diosa encontró de nuevo el camino al corazón del pueblo. Y el fervor y la convicción regresó con fuerza y la gente lucía optimista en medio de tantos sinsabores.
Y sucedió que, de pronto, cesaron las lluvias, y salió el sol, y en la pureza del azul del cielo volaron las aves que regresaban raudas a su lugar de origen. Y se reanudó la vida, y los potreros y los graneros desbordaban de abundancia, y en los campos restallaba una vez más el oro de las espigas. Y la vida fue de nuevo alegría sin par, celebrada con cantos y grandes festejos.
Un día, poco tiempo despues de lo aquí narrrado, la Diosa Alta desapareció. El bardo que cantó a sus pies la noche anterior asegura ahora haber visto una lagrima diamantina rodar por sus pétreas mejillas.
Y aunque no quedó rastro de su pasada existencia, su presencia ausente pesaba en el valle como un mudo reproche que acongojaba el espíritu.
Pero ¿cómo hacer regresar lo que nunca tuvo origen?....
---------------------
Hay quien dice que en la noches claras, bajo la luna llena, si se escucha con atención, hacia el despuntar del amanecer -cuando todo duerme-, un largo y prolongado lamento estremece al valle. Y su naturaleza es tal que ninguno que lo ha experimentado regresa jamás al ejercicio completo de sus sentidos.
Ya no existe la Diosa Alta en la colina esbelta. Pero los viejos moradores no pierden la esperanza de que algún día ella regresará cuando sean reparadas las terribles ofensas que la indujeron a desaparecer. Y las flores multicolores, sobre el lugar de peregrinación de lo que fue su hogar, nunca han vuelto a faltar...
La Diosa Alta se erguía en el tope de la colina desde tiempo inmemorial. Los pobladores no podían imaginar su diaria actividad sin la presencia de la Diosa. De ella dependían la fertilidad de las cosechas y la ausencia de la plaga, la fresca brisa y la manigua umbría.
Tampoco los más viejos pobladores podían justificar la aparición inicial de la Diosa. Ni siquiera la celosamente guardada tradición oral, que se extendía a través de los siglos, aportaba un ápice de evidencia del cual partir para averiguar su origen. Pareciera que siempre estuvo allí, desde el comienzo de los siglos... Y era imposible imaginar al artista que le dió vida. Si es que lo hubo....
La Diosa era alta, imponente. Una extraña formación basáltica de pliegos que remataba en un dulce rostro de bellas proporciones y que podía ser vista, sin dificultad, desde cualquier lugar del glauco valle sobre el cual se erguía. Su nombre reposaba en el arcano del pasado inmemorial.
También la colina que la sustentaba era extraña. No podía ser calficada con otro mote que "esbelta", ascendiendo hacia la Diosa en suaves aproximaciones, como queriendo protegerla de todo mal terrenal.
Cuando los verdes campos se llenaban de rubias espigas y los arroyos de los manantiales elevaban su cantarina voz para rendir elogio a la primavera, la Diosa los contemplaba serenamente, desde su atalaya, allá arriba en la esbelta colina que la sustentaba. Entonces los moradores del pueblo sonreían felices de estar vivos y, contemplando la majestuosa Diosa a la distancia, se deshacían en elogios hacia ella por lo afortunados que eran de contar con su benevolencia y con su protección.
Todo el mundo quería a la Diosa. Era un punto de referencia obligado que se contemplaba desde cualquier lugar del ancho valle. Y las mañanas la encontraban circundada de flores, donde la pureza de los lirios del río se entremezclaban con la lujuriosa tropicalidad de bellas orquideas de la selva umbría, que resaltaban en ella como surgidas de la paleta de un pintor.
Y cuando los infatigables turistas, aguijoneados por el demonio de la publicidad, comenzaron a invadir aquella remota región de la isla, en el interior del albo volcán del lago sagrado, la Diosa, impasible y majestuosa, era el blanco obligado de todos los disparadores de cámaras fotográficas. Turistas boquiabiertos la contemplaban mientras sus hijos correteaban en su base intentando vana -pero no por ello menos entusiastamente- trepar hasta su regazo. Ella los contemplaba serenamente como una madre indulgente observa las travesuras de sus pequeños hijos.
Pero toda dicha humana tarde o temprano alcanza su final. Ello está escrito, como muchas otras verdades, en el gran libro de la naturaleza...
Y así llegó un día la época de las vacas flacas. El vasto valle perdió su lozanía, asaltado inmisericordemente por oleadas de voraces langostas y los cultivos dejaron de producir y los rosarios de lamentaciones sucedieron a las risas. Ahora la Diosa era tratada con severidad, vilipendiada, achacándole sus egoístas súbditos todo el malestar imperante, todos los acuciantes problemas que la comunidad estaba atravesando.
Ya no hubo altares perfumados, ni hermosas flores, ni miradas felices, ni frases lisonjeras. La Diosa tenía que irse. Era de mal augurio. ¡Había que desterrarla, cuanto antes mejor!
El día que las brigadas de excavación llegaron al pie de la colina para desincorporar a la Diosa sucedieron cosas extrañas. La Diosa no quería moverse!. Obviamente estaba tan profundamente arraigada y desde hace tantos años que parecía formar parte monolítica de la inmensa roca sobre la cual reposaba. Y no fue posible hacerlo en los dias subsiguientes a pesar de que las crecientes cargas de dinamita que enloquecían con su ruido y nubes de polvo a los pobladores. Ataques con ácido y sopletes no le causaron la más mímima mella. Ella permanecía solemne, impávida ante los fútiles esfuerzos de sus detractores. ¡Hasta un helicópero traído desde una lejana base perdió parte de su fuselaje sin poder levantarla siquiera una fracción de pulgada!
Y llegó la estación de las lluvias y la comarca se vio invadida por mantos de agua que ahogaban al ganado. Y las cosechas se pudrían en los graneros y el hambre acicateó como nunca antes a los infelices aldeanos. Y en ese trágico momento, en esa hora aciaga en que la humildad oculta en el corazón del hombre lo acerca a la naturaleza, la Diosa encontró de nuevo el camino al corazón del pueblo. Y el fervor y la convicción regresó con fuerza y la gente lucía optimista en medio de tantos sinsabores.
Y sucedió que, de pronto, cesaron las lluvias, y salió el sol, y en la pureza del azul del cielo volaron las aves que regresaban raudas a su lugar de origen. Y se reanudó la vida, y los potreros y los graneros desbordaban de abundancia, y en los campos restallaba una vez más el oro de las espigas. Y la vida fue de nuevo alegría sin par, celebrada con cantos y grandes festejos.
Un día, poco tiempo despues de lo aquí narrrado, la Diosa Alta desapareció. El bardo que cantó a sus pies la noche anterior asegura ahora haber visto una lagrima diamantina rodar por sus pétreas mejillas.
Y aunque no quedó rastro de su pasada existencia, su presencia ausente pesaba en el valle como un mudo reproche que acongojaba el espíritu.
Pero ¿cómo hacer regresar lo que nunca tuvo origen?....
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Hay quien dice que en la noches claras, bajo la luna llena, si se escucha con atención, hacia el despuntar del amanecer -cuando todo duerme-, un largo y prolongado lamento estremece al valle. Y su naturaleza es tal que ninguno que lo ha experimentado regresa jamás al ejercicio completo de sus sentidos.
Ya no existe la Diosa Alta en la colina esbelta. Pero los viejos moradores no pierden la esperanza de que algún día ella regresará cuando sean reparadas las terribles ofensas que la indujeron a desaparecer. Y las flores multicolores, sobre el lugar de peregrinación de lo que fue su hogar, nunca han vuelto a faltar...
13- EL RESCATE
¿Como debe morir un inmortal, un prócer, un héroe?... ¿Con una bala fugaz segando su vida en el campo de batalla, enarbolando bandera y en plena juventud? ¿O cargado de años y amargos recuerdos en la soledad de una mazmorra? Pero veremos aquí que hay otras opciones imprevistas...
El hombre del cabello cano yacía reclinado sobre el duro catre. Cualquier otra persona hubiera reflejado, en esa postura, resignación ante el cautiverio. Pero no él: A pesar de lo modesto de sus vestimentas, todo su ser irradiaba gallarda majestad. A pesar de su avanzada edad y de los surcos que el sufrimiento había dejado en su rostro, bajo sus negras cejas fulguraban lrayos que emanaban de sus ojos. A pesar de su aislamiento, que lo rodeaba como una mortaja prematura habitaba en él ,incólume, el espíritu rebelde de la sagrada Libertad...
Y mientras su cuerpo languidecía, restringido al reducido ámbito de su prisión, su alma escapaba, a través de los barrotes, hacia los lejanos campos que desde allí vislumbraba, hacia lo mares aledaños, el cielo azul, la tierna brisa y el fulgurante sol y más allá, combatiendo la agorera añoranza del cautivo, con la exhilarante sensación de una perenne comunión universal.
Cerró la tarde y cayó la noche misericordiosa. El solitario prisionero de la torre alta en la umbría fortaleza cenó con sobriedad, casi distraídamente. Un ser, en apariencia, resignado a su destino. Pero en su mente bullía una inextinguible rebelión. Mil pensamientos se encadenaban interminablemente, en un tropel sinéctico de percepciones. Cuando llegaría la emoción del sagaz escape ? Cuando el regreso a la amada patria con renovados bríos y la sapiencia producto del prolongado encierro ? Que hacían los promotores de su ansiada libertad?. Por qué no recibía la palabra final ?
Otro hombre con menos templanza, con menos idealismo se hallaría sumido en la mas abyecta desesperación. Porque, en el fondo, sabía que todos los caminos estaban cerrados para él. Que la corona lo vigilaba estrechamente, sabedora de su importancia para la Causa y que sus carceleros, con todo y la profunda admiración y reverencia que le dispensaban pondrían su cabeza en la picota ante el más mínimo desliz.
Y llegó la hora del conticinio. En el silencio de una noche oscura, sin luna que deslizaba juguetonamente sus dedos de oro entre las barras de su ventana para yacer a sus pies, el prisionero se deleitaba en el bálsamo de la soledad.
Iniciaba un nuevo tren de meditaciones cuando sintió la Presencia.
Primero fue un levísimo cambio en la luminosidad del ambiente reduciendo la importancia única- hasta ese momento- del candil. Con los reflejos agudizados por la larga espera, miró a su alrededor para detectar el origen de la perturbación.
Entonces lo vió. En el rincón más oscuro del cuarto algo estaba cobrando forma ! Una forma, inicialmente tenue, en apariencia humana, que se materializaba con rápidez..
A pesar de su valor a toda prueba el prisionero se santiguó, llevado por un atavístico instinto de conservación...
El nocturnal visitante se irguió en la penumbra del cuarto. Su imagen retenía aún una indefinible cualidad, como sin en cualquier momento pudiera transparentarse nuevamente. Era alto, sin barba y cubierto por una especie de túnica de curiosa textura, de líquida y elegante forma que fluía sobre sus hombros, hasta las rodillas. Su mirada, enmarcada en una amplia frente, evidenciaba inteligencia y sensibilidad. En sus manos portaba un extraño artefacto cuyos botones manipulaba con evidente experiencia. Pronto, comenzó a surgir el inicio de un diálogo, algo más alto que un susurro, en una entonación extrañamente ausente de identificadores de procedencia.
- "Saludos ! -espetó el recién llegado- venimos a vos a través del tiempo y el espacio en una larga y azarosa jornada. No temais".
"A fe mia que teneis extraños modos de cumplir visita...Reimpostó el hombre del cabello cano, algo más repuesto de su sorpresa inicial, Pero si venís a ayudarme, de donde quiera que fuese, y quienquiera que seáis: ¡sed bienvenidos!
-"Me tranquilizais usia, pensábamos que pudieráis reacciónar adversamente, con el sobresalto que esta extraña aparición debe inspiraros".
"No tal, no tal. Vuesa merced tal vez ignore que escapé de la sangrienta guillotina, por un pelo, en más de una ocasion y que he mirado a la muerte desde hace años como a una vieja amiga.
- "No ha sido mi intención menospreciaros. Sabemos mucho acerca de vos. Y venimos a ofreceros una opción de escape como nunca la habriais soñado....". Pero, como todo, hay un precio que pagar".
"Pardiez que me intrigaís. No logro ubicar vuestra procedencia. Ciertamente ni rusos, ni alemanes ni aliados de la Inglaterra".
- "Es una larga historia, pero en aras de vuestra precaria situación procuraré ser lo mas sucinto posible... Habéis de saber que muchos años en el futuro hemos constituído una agrupación que añora los tiempos idos donde el clarín de las batallas, y la fiereza de la emancipación se conjugaban con nobles sentimientos, con espíritus sublimes y soñadores que anteponían la felicidad de sus semejantes a la suya propia, que se inmolaban gustosamente en aras de la grandeza de la patria.
- "El siglo en el cual vivimos refleja avances innegables en tecnología (máquinas al servicio del hombre) y salud, en educación y cultura, en comodidad y esparcimiento pero, a cambio, carece de algo vital. Un ingrediente perdido inadvertidamente en el correr de las edades. Un sagrado fuego que se extinguió en las antorchas que lo transportaban en el tiempo. Añoramos aquel tiempo de gigantes, de héroes, de nobles soñadores y osados peregrinos, de clarines del alma y fragores de luchas por justas causas. Sin ideales, sin nuevas fronteras que alcanzar, nuestro final como raza está cercano.
El prisionero callaba. Sus vivos ojos no perdían detalle de su interlocutor. Observaba atentamente su exposición, y como buen conocedor de almas detectaba una autenticidad de contenido que lo identificaba progresivamente con el aún oculto propósito.
- "Y es así como preocupados por el decline inexorable de nuestra civilización decidimos, hace cierto tiempo plantear una revoluciónaria idea, la única que puede liberarnos de este terrible yugo....
- "Disponemos de la tecnología para crear un mundo paralelo habitado por los grandes hombres del pasado: Filósofos y pensadores, guerreros y poetas, visiónarios, idealistas... Por sobre todo, ductores de sociedades, osados guías que contemplen desde su alta atalaya las maravillas hacia las cuales podamos dirigirnos, e indiquen el camino...".
"Una especie de nuevo Olimpo quereis decir ? interrumpió el hombre del cabello cano. La idea me atrae. Aún cuando habría mucho que organizar, que acordar... Empero, habéis hablado de un precio, y aún no llegais a eso....".
"- Perdonad. A eso vamos. Con todo su pasmoso desarrollo, la tecnología que nos permite salvar el abismo del espacio-tiempo y llegar hasta vos, no permite en cambio que regreseis con nosotros. Al menos en vuestra forma actual. Debe, por una parte, almacenarse vuestra vitalidad en forma compactada y, por otra, producirse una imágen corpórea acondicionada convenientemente para salvar el abismo. Una vez allá reintegraremos en un todo vuestro ser.
"Queréis decir entonces que tendre que dejar aquí esta gastada envoltura terrenal ?, adelanto el prisionero cavilante".
- " Así es exactamente, usía. Y mientras más rápido os decidais, mayores seran las probabilidades de éxito de esta misión...
Fue tan solo un instante de hesitación. Por su mente pasó en un segundo la memoria de interminables días y noches de cautiverio, de atroz sufrimiento por la libertad perdida. Y mas atrás, arduas batallas y bohemias noches, escapes, peligros, pasiones, cortesanas intrigas y bellas damiselas. Su familia...
La decisión estaba tomada. Recordó las palabras de otro inmortal, que seguramente lo estaría esperando "El hombre valeroso desprecia el porvenir". Y cuantos héroes a reencotrar. No todos gratos, necesariamente. Pero siempre interesantes...
"Vamos ! Procedamos de una vaz...".
----------------
Toda la alta noche duró el trasvase de energía. Con los primeros cantos de los lejanos gallos, el nuevo cuerpo de oscura y vigorosa cabellera se irguió sonriente, desafiante. En contraste con aquel despojo de apagadas pupilas que parecía haber envejecido años y que lo contemplaba casi con orgullo desde su asiento.
Un breve contacto visual fue la despedida. Los dos viajeros se esfumaron sin una palabra. La soledad prevaleció de nuevo.
Rayaba el alba. Los lejanos cantos de los madrugadores gallos, le llegaban sobre los tejados anunciando un día mas de prisión a los demacrados huéspedes de la fortaleza.
La fuga se había consumado. Perfecta. Indetectable. Burlando todas las medidas de seguridad.
El hombre de la cabeza cana arrastró su cansado cuerpo al catre que lo esperaba acogedor. La historia actual terminaba para él... Y comenzaba en un futuro.
Cerró los ojos. Satisfecho, inició la segunda e inexorable fuga.
El hombre del cabello cano yacía reclinado sobre el duro catre. Cualquier otra persona hubiera reflejado, en esa postura, resignación ante el cautiverio. Pero no él: A pesar de lo modesto de sus vestimentas, todo su ser irradiaba gallarda majestad. A pesar de su avanzada edad y de los surcos que el sufrimiento había dejado en su rostro, bajo sus negras cejas fulguraban lrayos que emanaban de sus ojos. A pesar de su aislamiento, que lo rodeaba como una mortaja prematura habitaba en él ,incólume, el espíritu rebelde de la sagrada Libertad...
Y mientras su cuerpo languidecía, restringido al reducido ámbito de su prisión, su alma escapaba, a través de los barrotes, hacia los lejanos campos que desde allí vislumbraba, hacia lo mares aledaños, el cielo azul, la tierna brisa y el fulgurante sol y más allá, combatiendo la agorera añoranza del cautivo, con la exhilarante sensación de una perenne comunión universal.
Cerró la tarde y cayó la noche misericordiosa. El solitario prisionero de la torre alta en la umbría fortaleza cenó con sobriedad, casi distraídamente. Un ser, en apariencia, resignado a su destino. Pero en su mente bullía una inextinguible rebelión. Mil pensamientos se encadenaban interminablemente, en un tropel sinéctico de percepciones. Cuando llegaría la emoción del sagaz escape ? Cuando el regreso a la amada patria con renovados bríos y la sapiencia producto del prolongado encierro ? Que hacían los promotores de su ansiada libertad?. Por qué no recibía la palabra final ?
Otro hombre con menos templanza, con menos idealismo se hallaría sumido en la mas abyecta desesperación. Porque, en el fondo, sabía que todos los caminos estaban cerrados para él. Que la corona lo vigilaba estrechamente, sabedora de su importancia para la Causa y que sus carceleros, con todo y la profunda admiración y reverencia que le dispensaban pondrían su cabeza en la picota ante el más mínimo desliz.
Y llegó la hora del conticinio. En el silencio de una noche oscura, sin luna que deslizaba juguetonamente sus dedos de oro entre las barras de su ventana para yacer a sus pies, el prisionero se deleitaba en el bálsamo de la soledad.
Iniciaba un nuevo tren de meditaciones cuando sintió la Presencia.
Primero fue un levísimo cambio en la luminosidad del ambiente reduciendo la importancia única- hasta ese momento- del candil. Con los reflejos agudizados por la larga espera, miró a su alrededor para detectar el origen de la perturbación.
Entonces lo vió. En el rincón más oscuro del cuarto algo estaba cobrando forma ! Una forma, inicialmente tenue, en apariencia humana, que se materializaba con rápidez..
A pesar de su valor a toda prueba el prisionero se santiguó, llevado por un atavístico instinto de conservación...
El nocturnal visitante se irguió en la penumbra del cuarto. Su imagen retenía aún una indefinible cualidad, como sin en cualquier momento pudiera transparentarse nuevamente. Era alto, sin barba y cubierto por una especie de túnica de curiosa textura, de líquida y elegante forma que fluía sobre sus hombros, hasta las rodillas. Su mirada, enmarcada en una amplia frente, evidenciaba inteligencia y sensibilidad. En sus manos portaba un extraño artefacto cuyos botones manipulaba con evidente experiencia. Pronto, comenzó a surgir el inicio de un diálogo, algo más alto que un susurro, en una entonación extrañamente ausente de identificadores de procedencia.
- "Saludos ! -espetó el recién llegado- venimos a vos a través del tiempo y el espacio en una larga y azarosa jornada. No temais".
"A fe mia que teneis extraños modos de cumplir visita...Reimpostó el hombre del cabello cano, algo más repuesto de su sorpresa inicial, Pero si venís a ayudarme, de donde quiera que fuese, y quienquiera que seáis: ¡sed bienvenidos!
-"Me tranquilizais usia, pensábamos que pudieráis reacciónar adversamente, con el sobresalto que esta extraña aparición debe inspiraros".
"No tal, no tal. Vuesa merced tal vez ignore que escapé de la sangrienta guillotina, por un pelo, en más de una ocasion y que he mirado a la muerte desde hace años como a una vieja amiga.
- "No ha sido mi intención menospreciaros. Sabemos mucho acerca de vos. Y venimos a ofreceros una opción de escape como nunca la habriais soñado....". Pero, como todo, hay un precio que pagar".
"Pardiez que me intrigaís. No logro ubicar vuestra procedencia. Ciertamente ni rusos, ni alemanes ni aliados de la Inglaterra".
- "Es una larga historia, pero en aras de vuestra precaria situación procuraré ser lo mas sucinto posible... Habéis de saber que muchos años en el futuro hemos constituído una agrupación que añora los tiempos idos donde el clarín de las batallas, y la fiereza de la emancipación se conjugaban con nobles sentimientos, con espíritus sublimes y soñadores que anteponían la felicidad de sus semejantes a la suya propia, que se inmolaban gustosamente en aras de la grandeza de la patria.
- "El siglo en el cual vivimos refleja avances innegables en tecnología (máquinas al servicio del hombre) y salud, en educación y cultura, en comodidad y esparcimiento pero, a cambio, carece de algo vital. Un ingrediente perdido inadvertidamente en el correr de las edades. Un sagrado fuego que se extinguió en las antorchas que lo transportaban en el tiempo. Añoramos aquel tiempo de gigantes, de héroes, de nobles soñadores y osados peregrinos, de clarines del alma y fragores de luchas por justas causas. Sin ideales, sin nuevas fronteras que alcanzar, nuestro final como raza está cercano.
El prisionero callaba. Sus vivos ojos no perdían detalle de su interlocutor. Observaba atentamente su exposición, y como buen conocedor de almas detectaba una autenticidad de contenido que lo identificaba progresivamente con el aún oculto propósito.
- "Y es así como preocupados por el decline inexorable de nuestra civilización decidimos, hace cierto tiempo plantear una revoluciónaria idea, la única que puede liberarnos de este terrible yugo....
- "Disponemos de la tecnología para crear un mundo paralelo habitado por los grandes hombres del pasado: Filósofos y pensadores, guerreros y poetas, visiónarios, idealistas... Por sobre todo, ductores de sociedades, osados guías que contemplen desde su alta atalaya las maravillas hacia las cuales podamos dirigirnos, e indiquen el camino...".
"Una especie de nuevo Olimpo quereis decir ? interrumpió el hombre del cabello cano. La idea me atrae. Aún cuando habría mucho que organizar, que acordar... Empero, habéis hablado de un precio, y aún no llegais a eso....".
"- Perdonad. A eso vamos. Con todo su pasmoso desarrollo, la tecnología que nos permite salvar el abismo del espacio-tiempo y llegar hasta vos, no permite en cambio que regreseis con nosotros. Al menos en vuestra forma actual. Debe, por una parte, almacenarse vuestra vitalidad en forma compactada y, por otra, producirse una imágen corpórea acondicionada convenientemente para salvar el abismo. Una vez allá reintegraremos en un todo vuestro ser.
"Queréis decir entonces que tendre que dejar aquí esta gastada envoltura terrenal ?, adelanto el prisionero cavilante".
- " Así es exactamente, usía. Y mientras más rápido os decidais, mayores seran las probabilidades de éxito de esta misión...
Fue tan solo un instante de hesitación. Por su mente pasó en un segundo la memoria de interminables días y noches de cautiverio, de atroz sufrimiento por la libertad perdida. Y mas atrás, arduas batallas y bohemias noches, escapes, peligros, pasiones, cortesanas intrigas y bellas damiselas. Su familia...
La decisión estaba tomada. Recordó las palabras de otro inmortal, que seguramente lo estaría esperando "El hombre valeroso desprecia el porvenir". Y cuantos héroes a reencotrar. No todos gratos, necesariamente. Pero siempre interesantes...
"Vamos ! Procedamos de una vaz...".
----------------
Toda la alta noche duró el trasvase de energía. Con los primeros cantos de los lejanos gallos, el nuevo cuerpo de oscura y vigorosa cabellera se irguió sonriente, desafiante. En contraste con aquel despojo de apagadas pupilas que parecía haber envejecido años y que lo contemplaba casi con orgullo desde su asiento.
Un breve contacto visual fue la despedida. Los dos viajeros se esfumaron sin una palabra. La soledad prevaleció de nuevo.
Rayaba el alba. Los lejanos cantos de los madrugadores gallos, le llegaban sobre los tejados anunciando un día mas de prisión a los demacrados huéspedes de la fortaleza.
La fuga se había consumado. Perfecta. Indetectable. Burlando todas las medidas de seguridad.
El hombre de la cabeza cana arrastró su cansado cuerpo al catre que lo esperaba acogedor. La historia actual terminaba para él... Y comenzaba en un futuro.
Cerró los ojos. Satisfecho, inició la segunda e inexorable fuga.
12- VIAJERO EN LA LLUVIA
Aquel viajero deambulando en un mar de inagotable lluvia nos recuerda lo que muchas veces deseamos experimentar desde el comodo y seco refugio de nuestras viviendas, cuando afuera ruge el temporal y el mundo se diluye en borrosas imagenes y agua que baja a raudales alla abajo en las calles...
En la madrugada, la lluvia arreció. La tierra saturada por el minúsculo pero incesante bombardeo de partículas de agua a que había estado sometida en las últimas horas se cansó de jugar a la esponja y se resignó finalmente a ser cubierta por aquel infinito manto de gotas que se desplomaba majestuosamente desde las alturas, en interminables y ululantes ráfagas.
Los animales, presintiendo una situación excepciónal, preñada de peligros, habían ya huido en tropel hacia las lejanas estribaciones que circundaban la llanura, refugiándose bajo los frondosos arboles allí existentes, que resistían gallardamente el embate del viento tempestuoso, concediéndole tan solo la dignificada reverencia de sus altas copas.
El viajero no se preocupaba demasiado. Cierto que añoraba las delicias de una fuerte taza de humeante cafe negro y luego, el echarse sin prisas a dormitar en su alta y protegida hamaca donde arrebujado entre frazadas podía escuchar a la lluvia desgranar los secretos de la soledad entre arrullos y murmuraciones. Sin embargo, no temía a la intemperie ni a las manifestaciones de la naturaleza porque se había criado en ese reino salvaje y creía conocerlo bien.
Transcurrió el tiempo. La lluvia lejos de amainar incrementó su tamborilear hasta tornarse en un ensordecedor acompañamiento del alarido de rayos que se acercaban cada vez más. El viajero, enchumbado hasta los huesos, a pesar de su tupida vestimenta, chapoteaba ahora sin rumbo, siguiendo unicamente su instinto, aguzado por las vicisitudes de una existencia peregrina.
El suelo de la llanura se había convertido en un lodazal, donde millares de riachuelos se hermanaban ahora integrando un cada vez mas tumultuoso movimiento. El aire , casi líquido , era, a duras penas respirable. Tambaleándose bajo el castigo inclemente de la lluvia el viajero proseguía su camino, enceguecido por los latigazos que le azotaban el rostro continuamente y aturdido por el escándalo de la naturaleza desatada.
De pronto pudo, más que percibir, intuir, a la luz de un relámpago deslumbrador las cercanas insinuaciones de un desnivel que sugerían una situación menos comprometida que la que estaba viviendo. Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, venciendo la corriente caudalosa que se negaba a dejarlo ir, escaló varios metros y cayo rendido sobre una rocosa plataforma que se proyectaba sobre las embravecidas aguas. Abajo, el agua bramaba arrastrando furiosa grandes ramas de arboles y residuos vegetales de todo tipo.
Permaneció inmóvil por un tiempo. Luego, siempre fustigado por la lluvia inclemente, levantó la cabeza y protegiendose los ojos con el ensopado borde de su sombrero miró a su alrededor. Entonces, a la luz de los relámpagos que se sucedían ahora casi continuamente, se dió cuenta de que se hallaba sobre una estrecha y rocosa cornisa, coronada por altas rocas, que se elevaba sobre las aguas lo suficiente para no ofrecer peligro a la corriente que rugía a sus pies.
Un examen más detallado le permitió distinguir una oquedad que se abría a sus espaldas y, sin pensarlo mucho se arrastro hacia ella. Pronto se dió cuenta de que había hecho un hallazgo afortunado: se había detenido en la boca de una gruta que se perdía en la roca en la cual estaba enclavada.
Guarecido parcialmente de la lluvia, el viajero hurgó en las profundidades de sus bolsillos hasta finalmente hallar lo que buscaba: un yesquero, sobreviviente milagroso de este desastre que casi había concluido su existencia. Después de varios chasquidos infructuosos, la llama vigorosa centelleó alegremente iluminando resquicios y recovecos y , a su luz, pudo darse cuenta de que ante él se extendía una vasta antesala en cuyo umbral estaba parado y donde salpicaba apenas la lluvia. Mas allá y en un nivel ligeramente mas elevado se abría otra cámara, más resguardada y promisora y hacia ella se dirigió con pasos inseguros.
En aquella improvisada alcoba, seca y acogedora, el viajero se derrumbó sobre el grueso lecho de musgo que cubría el piso y , arrojando sus ropas empapadas a un rincón, se sumió de inmediato en un profundo y reparador sueño, desapareciendo por decirlo así en el suave colchon natural que lo rodeaba, mientras afuera la tempestad aullaba y rugía desafiante....
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Debieron haber transcurrido muchas horas cuando, lentamente, abrió de nuevo los ojos. Levantando con algún esfuerzo la cabeza escrutó el exterior. La noche había sellado la boca de la gruta con un velo impenetrable; ya no se oían los gritos de los truenos pero seguía lloviendo sin parar. El viajero meditó por vez primera sobre su situación . Se hallaba totalmente seco y el frío que sintiera con anterioridad también había desaparecido. Pero sólo para ceder paso a un apetito voraz: ¡ Qué no hubiera dado por un hirviente plato de caldo y un buen trozo de carne ! Por el momento, no había nada que hacer sino esperar el amanecer. Hecha tal reflexión se tumbó de nuevo en el muelle lecho y no tardó mucho en conciliar de nuevo el sueño, arrullado por la salvaje serenata que le deparaba el destino....
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La luz de la mañana besaba con entusiasmo la entrada de la gruta cuando despertó por segunda vez. La lluvia había cesado y el único sonido que llegaba a sus oidos era el murmullo de las aguas que lamían el pie de la cornisa. Bostezando se acercó a la boca de la gruta y miró fuera.
Hasta donde la vista alcanzaba la llanura había sido reemplazada por un mar de agua cobriza de la cual sobresalían aquí y allá troncos de todo tamaño en las mas disímiles direcciones. Ningun rastro de vida animal interrumpía la serenidad de la escena. Arriba en el cielo, a considerable distancia aún, grandes bancos de negras nubes se arrebujaban augurando una nueva embestida de las lluvias. Se sintió Robinson, en aquel minúsculo enclave donde el azar lo había depositado sin miramientos...
Pero, el tiempo apremiaba. Debía hacer previsiónes si aspiraba a sobrevivir a futuros embates de la tormenta que no evidenciaba signo alguno de claudicación . Y el hambre lo acicateaba cada vez mas...
Antes que todo, decidió hacer un rápido inventario de lo que le era accesible en el exterior de su refugio. Extendiendo su ropa y sombrero a secar bajo el ahora reverberante sol, salió al exterior y circundó el nuevo islote sobre el que se había posado. Estimó que un área no mucho mayor de unos quinientos metros cuadrados se levantaba sobre el agua circundante. De esto una tercera parte estaba constituido por roca donde se erguía , imponente, el farallón de piedra caliza que alojaba la gruta . El resto del terreno se hallaba virtualmente cubierto por una densa vegetación rastrera mientras que, hacia el extremo más lejano, se agrupaban , temerosos, algunos arbolitos cubiertos de pequeños frutos en distintos grados de madurez. Un análisis más detallado del sitio le deparó dos grandes satisfacciones : parte del piso rocoso, muy cerca del sitio donde había trepado durante la tormenta, se deprimía, formando una vasta concavidad natural en forma de copa . Como resultado de la lluvia caída, la copa estaba llena hasta los bordes de agua cristalina. Calculó que, debidamente protegida , debia abastecerlo durante varias semanas.
La otra sorpresa fue descubrir bajo un amplio reborde del farallón que le había deparado providencial abrigo, una generosa cantidad de setas que proliferaban en este habitat, aparentemente ideal para su desarrollo. Su experimentado ojo le dijo de inmediato que se trataba de una variedad comestible de exquisito sabor.
¡¡ Bueno !! pensó el viajero, el riesgo de morir de hambre o sed se aleja un poco, aunque las perspectivas que promete esta dieta de setas y bayas son dignas del mejor ermitaño... En fín, creo que srá suficiente por el momento, al menos hasta que las aguas desciendan y pueda reanudar mi viaje.
Un bronco tremor lo sacó de sus cavilaciones: en lotananza la tempestad rugía de nuevo anunciando su regreso. Rápidamente, acumuló algunas docenas de setas y las llevó conjuntamente con su ropa, ahora seca, al interior de la cueva. Luego volvió a salir y caminando hasta los pequeños arboles los sacudió con fuerza llenando el suelo de pequeños frutos que probaron ser jobos o algo muy similar. Recogiendo en su sombrero todo lo que en él cupo y también un número de ramas secas corrió de regreso a la cueva, cuando las primeras gotas recomenzaban a tamborillear sobre su cabeza.....
En pocos momentos, guarecido en su elevado alcázar cenaba frugalmente ante el alegre chisporrotear de una pequeña hoguera.
Y otra vez, la majestad estadística del diluvio universal descendió sobre el valle, borrando inclemente al mundo exterior y a los rayos del sol y a los sonidos de la llanura. Y todo fue, para el viajero, mullido refugio, y sempiterna penumbra y repiquetear furioso de incontables ejércitos de fieras gotas y gorgotear del agua enloquecida corriendo entre los peñascales...
----------------------
Con un suspiro de resignación, el cibernauta apagó la pantalla tridimensional en la cual había estado inmerso desde tempranas horas de la mañana. Con profunda nostalgia observó como se esfumaban lluvias torrenciales, pantanosos montes y cañadas, intrépido viajero y gruta protectora...
Terminaba la diversión y comenzaba la obligación. Todas las maravillas de la Realidad Virtual no eran suficientes (¿aún?) para reemplazar la necesidad del sustento diario.
Mañana serán tigres, pensó, o tal vez un gigantesco oso disputando fieramente con el viajero la posesión de la caverna... O -con toque de elegante osadía- legionarios romanos... ¿Quien sabe?
Acercó con dificultad su versatil silla de ruedas al rincón donde guardaba los borradores estadísticos que debía presentar en pocas horas, debidamente computarizados. El trabajo a distancia y una mente abierta habían permitido que personas como él pudieran subsistir en un mundo de feroz competencia. ¡ Bendita época!
Se recogió sobre sí mismo. Su escuálido cuerpo pareció vitalizarse ante la inminencia del compromiso y en sus mejillas persistió por un instante algo del fuego de juventud perdida. Luego, inclinó la cabeza y se perdió en los profundos vericuetos de su nueva tarea...
En la madrugada, la lluvia arreció. La tierra saturada por el minúsculo pero incesante bombardeo de partículas de agua a que había estado sometida en las últimas horas se cansó de jugar a la esponja y se resignó finalmente a ser cubierta por aquel infinito manto de gotas que se desplomaba majestuosamente desde las alturas, en interminables y ululantes ráfagas.
Los animales, presintiendo una situación excepciónal, preñada de peligros, habían ya huido en tropel hacia las lejanas estribaciones que circundaban la llanura, refugiándose bajo los frondosos arboles allí existentes, que resistían gallardamente el embate del viento tempestuoso, concediéndole tan solo la dignificada reverencia de sus altas copas.
El viajero no se preocupaba demasiado. Cierto que añoraba las delicias de una fuerte taza de humeante cafe negro y luego, el echarse sin prisas a dormitar en su alta y protegida hamaca donde arrebujado entre frazadas podía escuchar a la lluvia desgranar los secretos de la soledad entre arrullos y murmuraciones. Sin embargo, no temía a la intemperie ni a las manifestaciones de la naturaleza porque se había criado en ese reino salvaje y creía conocerlo bien.
Transcurrió el tiempo. La lluvia lejos de amainar incrementó su tamborilear hasta tornarse en un ensordecedor acompañamiento del alarido de rayos que se acercaban cada vez más. El viajero, enchumbado hasta los huesos, a pesar de su tupida vestimenta, chapoteaba ahora sin rumbo, siguiendo unicamente su instinto, aguzado por las vicisitudes de una existencia peregrina.
El suelo de la llanura se había convertido en un lodazal, donde millares de riachuelos se hermanaban ahora integrando un cada vez mas tumultuoso movimiento. El aire , casi líquido , era, a duras penas respirable. Tambaleándose bajo el castigo inclemente de la lluvia el viajero proseguía su camino, enceguecido por los latigazos que le azotaban el rostro continuamente y aturdido por el escándalo de la naturaleza desatada.
De pronto pudo, más que percibir, intuir, a la luz de un relámpago deslumbrador las cercanas insinuaciones de un desnivel que sugerían una situación menos comprometida que la que estaba viviendo. Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, venciendo la corriente caudalosa que se negaba a dejarlo ir, escaló varios metros y cayo rendido sobre una rocosa plataforma que se proyectaba sobre las embravecidas aguas. Abajo, el agua bramaba arrastrando furiosa grandes ramas de arboles y residuos vegetales de todo tipo.
Permaneció inmóvil por un tiempo. Luego, siempre fustigado por la lluvia inclemente, levantó la cabeza y protegiendose los ojos con el ensopado borde de su sombrero miró a su alrededor. Entonces, a la luz de los relámpagos que se sucedían ahora casi continuamente, se dió cuenta de que se hallaba sobre una estrecha y rocosa cornisa, coronada por altas rocas, que se elevaba sobre las aguas lo suficiente para no ofrecer peligro a la corriente que rugía a sus pies.
Un examen más detallado le permitió distinguir una oquedad que se abría a sus espaldas y, sin pensarlo mucho se arrastro hacia ella. Pronto se dió cuenta de que había hecho un hallazgo afortunado: se había detenido en la boca de una gruta que se perdía en la roca en la cual estaba enclavada.
Guarecido parcialmente de la lluvia, el viajero hurgó en las profundidades de sus bolsillos hasta finalmente hallar lo que buscaba: un yesquero, sobreviviente milagroso de este desastre que casi había concluido su existencia. Después de varios chasquidos infructuosos, la llama vigorosa centelleó alegremente iluminando resquicios y recovecos y , a su luz, pudo darse cuenta de que ante él se extendía una vasta antesala en cuyo umbral estaba parado y donde salpicaba apenas la lluvia. Mas allá y en un nivel ligeramente mas elevado se abría otra cámara, más resguardada y promisora y hacia ella se dirigió con pasos inseguros.
En aquella improvisada alcoba, seca y acogedora, el viajero se derrumbó sobre el grueso lecho de musgo que cubría el piso y , arrojando sus ropas empapadas a un rincón, se sumió de inmediato en un profundo y reparador sueño, desapareciendo por decirlo así en el suave colchon natural que lo rodeaba, mientras afuera la tempestad aullaba y rugía desafiante....
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Debieron haber transcurrido muchas horas cuando, lentamente, abrió de nuevo los ojos. Levantando con algún esfuerzo la cabeza escrutó el exterior. La noche había sellado la boca de la gruta con un velo impenetrable; ya no se oían los gritos de los truenos pero seguía lloviendo sin parar. El viajero meditó por vez primera sobre su situación . Se hallaba totalmente seco y el frío que sintiera con anterioridad también había desaparecido. Pero sólo para ceder paso a un apetito voraz: ¡ Qué no hubiera dado por un hirviente plato de caldo y un buen trozo de carne ! Por el momento, no había nada que hacer sino esperar el amanecer. Hecha tal reflexión se tumbó de nuevo en el muelle lecho y no tardó mucho en conciliar de nuevo el sueño, arrullado por la salvaje serenata que le deparaba el destino....
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La luz de la mañana besaba con entusiasmo la entrada de la gruta cuando despertó por segunda vez. La lluvia había cesado y el único sonido que llegaba a sus oidos era el murmullo de las aguas que lamían el pie de la cornisa. Bostezando se acercó a la boca de la gruta y miró fuera.
Hasta donde la vista alcanzaba la llanura había sido reemplazada por un mar de agua cobriza de la cual sobresalían aquí y allá troncos de todo tamaño en las mas disímiles direcciones. Ningun rastro de vida animal interrumpía la serenidad de la escena. Arriba en el cielo, a considerable distancia aún, grandes bancos de negras nubes se arrebujaban augurando una nueva embestida de las lluvias. Se sintió Robinson, en aquel minúsculo enclave donde el azar lo había depositado sin miramientos...
Pero, el tiempo apremiaba. Debía hacer previsiónes si aspiraba a sobrevivir a futuros embates de la tormenta que no evidenciaba signo alguno de claudicación . Y el hambre lo acicateaba cada vez mas...
Antes que todo, decidió hacer un rápido inventario de lo que le era accesible en el exterior de su refugio. Extendiendo su ropa y sombrero a secar bajo el ahora reverberante sol, salió al exterior y circundó el nuevo islote sobre el que se había posado. Estimó que un área no mucho mayor de unos quinientos metros cuadrados se levantaba sobre el agua circundante. De esto una tercera parte estaba constituido por roca donde se erguía , imponente, el farallón de piedra caliza que alojaba la gruta . El resto del terreno se hallaba virtualmente cubierto por una densa vegetación rastrera mientras que, hacia el extremo más lejano, se agrupaban , temerosos, algunos arbolitos cubiertos de pequeños frutos en distintos grados de madurez. Un análisis más detallado del sitio le deparó dos grandes satisfacciones : parte del piso rocoso, muy cerca del sitio donde había trepado durante la tormenta, se deprimía, formando una vasta concavidad natural en forma de copa . Como resultado de la lluvia caída, la copa estaba llena hasta los bordes de agua cristalina. Calculó que, debidamente protegida , debia abastecerlo durante varias semanas.
La otra sorpresa fue descubrir bajo un amplio reborde del farallón que le había deparado providencial abrigo, una generosa cantidad de setas que proliferaban en este habitat, aparentemente ideal para su desarrollo. Su experimentado ojo le dijo de inmediato que se trataba de una variedad comestible de exquisito sabor.
¡¡ Bueno !! pensó el viajero, el riesgo de morir de hambre o sed se aleja un poco, aunque las perspectivas que promete esta dieta de setas y bayas son dignas del mejor ermitaño... En fín, creo que srá suficiente por el momento, al menos hasta que las aguas desciendan y pueda reanudar mi viaje.
Un bronco tremor lo sacó de sus cavilaciones: en lotananza la tempestad rugía de nuevo anunciando su regreso. Rápidamente, acumuló algunas docenas de setas y las llevó conjuntamente con su ropa, ahora seca, al interior de la cueva. Luego volvió a salir y caminando hasta los pequeños arboles los sacudió con fuerza llenando el suelo de pequeños frutos que probaron ser jobos o algo muy similar. Recogiendo en su sombrero todo lo que en él cupo y también un número de ramas secas corrió de regreso a la cueva, cuando las primeras gotas recomenzaban a tamborillear sobre su cabeza.....
En pocos momentos, guarecido en su elevado alcázar cenaba frugalmente ante el alegre chisporrotear de una pequeña hoguera.
Y otra vez, la majestad estadística del diluvio universal descendió sobre el valle, borrando inclemente al mundo exterior y a los rayos del sol y a los sonidos de la llanura. Y todo fue, para el viajero, mullido refugio, y sempiterna penumbra y repiquetear furioso de incontables ejércitos de fieras gotas y gorgotear del agua enloquecida corriendo entre los peñascales...
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Con un suspiro de resignación, el cibernauta apagó la pantalla tridimensional en la cual había estado inmerso desde tempranas horas de la mañana. Con profunda nostalgia observó como se esfumaban lluvias torrenciales, pantanosos montes y cañadas, intrépido viajero y gruta protectora...
Terminaba la diversión y comenzaba la obligación. Todas las maravillas de la Realidad Virtual no eran suficientes (¿aún?) para reemplazar la necesidad del sustento diario.
Mañana serán tigres, pensó, o tal vez un gigantesco oso disputando fieramente con el viajero la posesión de la caverna... O -con toque de elegante osadía- legionarios romanos... ¿Quien sabe?
Acercó con dificultad su versatil silla de ruedas al rincón donde guardaba los borradores estadísticos que debía presentar en pocas horas, debidamente computarizados. El trabajo a distancia y una mente abierta habían permitido que personas como él pudieran subsistir en un mundo de feroz competencia. ¡ Bendita época!
Se recogió sobre sí mismo. Su escuálido cuerpo pareció vitalizarse ante la inminencia del compromiso y en sus mejillas persistió por un instante algo del fuego de juventud perdida. Luego, inclinó la cabeza y se perdió en los profundos vericuetos de su nueva tarea...
11- EL CONDENADO
¿Merece la chatarra compasión? Tal vez si lo merecerá en un futuro, sobre todo si se trata de chatarra "inteligente". Al fin y al cabo no es de extrañar porque: ¿acaso no profesamos muchas veces, aún hoy, un afecto especial por nuestros automóviles y otros objetos de nuestra pertenencia?
Algun día confrontaremos crisis éticas y morales como las que se intenta bosquejar en la presente historia.
Yacía inmóvil en el estrecho recinto que habitaba. Insensible al frío de la noche y a la dureza del piso sobre el cual descansaba. Porque el conflicto que lo aguijoneaba cruelmente era interno. Por su mente cruzaban profundos nubarrones de melancolía, irreprimibles impulsos de añoranza, de situaciones idas, de vivencias esfumadas, desgastadas en el largo recorrer del tiempo.
Había sido una larga y azarosa vida, emocionante y peregrina. De las profundidades irrespirables de las minas de bauxita en territorio alienígena a los rápidos flamígeros de los ríos de lava en los planetas de la frontera, a la instantánea inseguridad del mundo violento y entrópico de los asteroides. ¡Cuantos peligros, cuanta prodigiosa dilatación de un efímero tiempo de vida! Nobleza y heroísmo y trabajo en equipo conformaban la quintaesencia de sus recuerdos...
Sufría intensamente, calladamente. Cada recuerdo era como una cuchillada de negro fuego que hería la médula de su sensibilidad. Y la certidumbre de la indiferencia colectiva ante su caso lo llenaba de una sorda ira hacia los que ahora lo descartaban, negándole el derecho de permanecer, como entidad, en el mundo de los vivos.
En la penumbra húmeda y lóbrega que lo envolvía el sonido periódico e inclemente de las gotas al caer, una tras otra, en lapsos de eternidad, le recordaban -inmisericordemente- que aún estaba allí, que el fin no había llegado...
Lo atormentaba un sentimiento de culpa, exacerbado por la extensa publicidad que generó su caso. Se repetía a si mismo con obsesiva insistencia que la muerte accidental de aquel obrero no había sido el fruto de un desgaste en su organismo, producido por el paso de los años, que lo incapacitaba para seguir operando dentro de una sociedad obsesionada por la eficiencia y la seguridad, donde los yerros no tenían cabida.
Habíanse agotado todas las posibilidades de supervivencia. Hasta cierto punto, en medio de la profunda depresión en que se hallaba sumido, esto lo reconfortaba. La libertad solicitada al Gobernador de la Región había sido ignorada totalmente. El fallo era categórico y, a estas alturas, los argumentos para su revisión resultaban insignificantes, para aspirar cuestionar la secuencia del orden de prioridades en los presionantes asuntos cotidianos del Estado Galáctico.
Todavía le resultaba inconcebible el hecho de que una operación rutinaria, tantas veces cumplida con absoluta precisión lo había conducido al desastre descartando para siempre su presencia del mundo de los humanos.
Pero los hechos hablaban por si solos. Un jurado severo analizó con acuciosidad su caso, escuchó con atención sus declaraciones y las de su compañera de labores por telepresencia y con suprema eficiencia dejó constituido -en tiempo record- su fallo y el castigo ejemplar que el mismo conllevaba.
Y, ahora, todo estaba por concluir. En unas pocas horas, la inclemente fortaleza de las enormes prensas mecánicas lo aplastaría lenta pero irremisiblemente. Volvería a formar parte de la materia prima del planeta y la entidad que hasta ahora se denominaba s8729827-TE, desaparecería para siempre del mundo de los entes animados.
Porque muchos humanos ignoraban aún las agonías de los no-nacidos clasificándolos, de manera simplista, como meros artefactos de metal y plástico, conformados para servir un propósito, desechables en el momento de no poder continuar rindiendo resultados.
Sin darse cuenta aún que los avances de la ciencia los llevaban progresivamente más cerca de la producción de pseudo-vidas asombrosamente convincentes, justificando, cada día un poco más, su derecho a existir en el ahora precario fiel de la claudicante ética médica de la época.
Al recordar las injusticias vividas, sus dedos metálicos arañaban la dura superficie sobre la cual yacía, en un fútil manifiesto de la frustración que lo embargaba...
¿Con qué derecho se permitía la nunca bien justificada eutanasia geriátrica señalarlo con su helado índice? ¿Quién podía osar a etiquetarlo con el título de inservible? ¿Quién, aún más, ordenar retirarlo del mundo de los hombres?.
Y así transcurrían, interminables, las horas de la noche. Y cuando ya le parecía haber tocado fondo en los abismos de la desesperación descubría que, más abajo existían, todavía, negras profundidades que le prometían nuevos e inimaginables dolores...
De pronto, sintió su inconfundible presencia. Había arribado, incorpórea, una vez más, su leal compañera, su contraparte humana, la maravillosa experta en técnicas de telepresencia,que se hallaba ubicada físicamente a centenares de kilómetros de distancia, pero a quién la magia de la electrónica le permitía acceder en espíritu a compartir los últimos momentos de la entidad con la que había conducido esa larga y azarosa empresa de retos y vicisitudes que compendiaba su vida.
- "Saludos Elsa". En el interior de sus cavidades robóticas se establecía ahora el diálogo silente entre dos seres uno natural, otro artificial; éste en presencia, aquél en ausencia, integrados mediante la asombrosa simbiosis que posibilitaba el medio electrónico.
- "Saludos Rob". La voz de Elsa, fuerte y segura, llena de cálidas vibraciones contrastaba con el tono profundo y metálico del robot, carente aún de inflexiones, pese a los prodigiosos avances de la inteligencia artificial y las ciencias del comportamiento conjugadas en autonomía de diálogo y perfeccionamiento lingüístico.
-"Todo ha sido inútil. Hemos agotado los últimos recursos pero se niegan a concederte el indulto". Pese a su auto-control la voz de Elsa vaciló por un instante, presa de frustración y de congoja.
-"Lo sé, Elsa. Tranquilízate. Haz hecho todo lo que has podido.." Si hubo alguna reacción allá en lo profundo de su circuitaje, esta no se hizo evidente.
Había poco campo para palabras. No era ya el momento para analizar circunstancias, ni siquiera sus consecuencias. Era imperativo callar y sublimar el plano del sufrimiento...
Y así permanecieron absortos en silencioso y místico abrazo electrónico intercambiando, sin recurrir al habla, los sentimientos y recuerdos que se agolpaban, tumultuosos en ambos seres.
De esta forma, el catalizador del sufrimiento integraba humano y máquina,haciéndo a Elsa compartir, simbióticamente, como si fuera propio, el impacto sobre los sentidos que le transmitían los órganos del robot. Así,veía inmersivamente por los grandes ojos óptico-mecánicos, dotados escuchaba por su fina red de dispositivos electrónicos y percibía, SENTIA, a través de la dura piel que recubría el metálico cuerpo . Estaba allá, y, sin embargo, corporalmente, esperaba aquí..
Al amanecer, exhausta en mente y alma, Elsa abandonó el cuerpo mecánico que le había servido de herramienta, de hogar, fielmente, durante tantos años. El milagro de la telepresencia le permitía acompañar y compartir íntimamente los últimos momentos de aquellos pobres restos que yacían a la espera de su destino, muy lejos de su dueña, en un remoto galpón de la galaxia.
Era todo lo que le habían permitido las autoridades, para despedirse del más fiel colaborador que podría tener un humano.
Pero, no podía seguir ahogándose en el dolor de lo ineludible... Había que pensar en el futuro. Mañana al reincorporarse al laboratorio tendría un nuevo compañero de trabajo. Un reluciente y eficaz robot lunar producido con lo mejor del pensamiento tecnologico de la epoca y con el cual había sostenido ya las primeras entrevistas..
Restaba mucho por hacer. Repasar incontables manuales de inducción; actualizarse en cuanto a los avances y características tecnológicas de los nuevos ciberorganismos; preparase para el largo período de adaptación psicológica que presuponía la aceptación de un nuevo compañero de trabajo. Y alcanzar en el tiempo, la armonía de acción que significaba la cúspide del trabajo en equipo, actualmente descoyuntado inclementemente por esta insensible decisión.
Con deliberada intención desterró las dudas que secretamente había alimentado durante todo el tiempo transcurrido desde el instante en que sucedió el accidente.. ¿Sería en realidad su mente la que falló cuando aquel obrero fue arrastrado a su irremisible muerte? ¿Quedó oculta aquella demora de una fracción de segundo en toma de decisiones, tras la confiable fachada de una apariencia casi juvenil -fruto de la avanzada cirugía plástica de la época- cuando, en realidad, el deterioro había ya comenzado a hacer presa de su propio organismo?
¿Quién era en realidad la víctima y quien el victimario?
Allá en el lejano galpón quedaban los restos inanimados de lo que en un tiempo constituyó una maravillosa entidad interactiva al servicio del hombre, que compartió con el sus mejores momentos y ambiciones. Ahora, ignorada toda gestion, rechazada toda súplica, solo le restaba desaparecer para siempre del escenario de la actividad humana, llevando consigo el secreto de su sacrificio -negado hasta a sí mismo- por una vida natural aún mas preciosa que la artificial, según sus propios y robóticos valores...
El fin estaba ya en puerta, su vida se esfumaba definitivamente.
Pero el mundo no se detendría por ello...
Algun día confrontaremos crisis éticas y morales como las que se intenta bosquejar en la presente historia.
Yacía inmóvil en el estrecho recinto que habitaba. Insensible al frío de la noche y a la dureza del piso sobre el cual descansaba. Porque el conflicto que lo aguijoneaba cruelmente era interno. Por su mente cruzaban profundos nubarrones de melancolía, irreprimibles impulsos de añoranza, de situaciones idas, de vivencias esfumadas, desgastadas en el largo recorrer del tiempo.
Había sido una larga y azarosa vida, emocionante y peregrina. De las profundidades irrespirables de las minas de bauxita en territorio alienígena a los rápidos flamígeros de los ríos de lava en los planetas de la frontera, a la instantánea inseguridad del mundo violento y entrópico de los asteroides. ¡Cuantos peligros, cuanta prodigiosa dilatación de un efímero tiempo de vida! Nobleza y heroísmo y trabajo en equipo conformaban la quintaesencia de sus recuerdos...
Sufría intensamente, calladamente. Cada recuerdo era como una cuchillada de negro fuego que hería la médula de su sensibilidad. Y la certidumbre de la indiferencia colectiva ante su caso lo llenaba de una sorda ira hacia los que ahora lo descartaban, negándole el derecho de permanecer, como entidad, en el mundo de los vivos.
En la penumbra húmeda y lóbrega que lo envolvía el sonido periódico e inclemente de las gotas al caer, una tras otra, en lapsos de eternidad, le recordaban -inmisericordemente- que aún estaba allí, que el fin no había llegado...
Lo atormentaba un sentimiento de culpa, exacerbado por la extensa publicidad que generó su caso. Se repetía a si mismo con obsesiva insistencia que la muerte accidental de aquel obrero no había sido el fruto de un desgaste en su organismo, producido por el paso de los años, que lo incapacitaba para seguir operando dentro de una sociedad obsesionada por la eficiencia y la seguridad, donde los yerros no tenían cabida.
Habíanse agotado todas las posibilidades de supervivencia. Hasta cierto punto, en medio de la profunda depresión en que se hallaba sumido, esto lo reconfortaba. La libertad solicitada al Gobernador de la Región había sido ignorada totalmente. El fallo era categórico y, a estas alturas, los argumentos para su revisión resultaban insignificantes, para aspirar cuestionar la secuencia del orden de prioridades en los presionantes asuntos cotidianos del Estado Galáctico.
Todavía le resultaba inconcebible el hecho de que una operación rutinaria, tantas veces cumplida con absoluta precisión lo había conducido al desastre descartando para siempre su presencia del mundo de los humanos.
Pero los hechos hablaban por si solos. Un jurado severo analizó con acuciosidad su caso, escuchó con atención sus declaraciones y las de su compañera de labores por telepresencia y con suprema eficiencia dejó constituido -en tiempo record- su fallo y el castigo ejemplar que el mismo conllevaba.
Y, ahora, todo estaba por concluir. En unas pocas horas, la inclemente fortaleza de las enormes prensas mecánicas lo aplastaría lenta pero irremisiblemente. Volvería a formar parte de la materia prima del planeta y la entidad que hasta ahora se denominaba s8729827-TE, desaparecería para siempre del mundo de los entes animados.
Porque muchos humanos ignoraban aún las agonías de los no-nacidos clasificándolos, de manera simplista, como meros artefactos de metal y plástico, conformados para servir un propósito, desechables en el momento de no poder continuar rindiendo resultados.
Sin darse cuenta aún que los avances de la ciencia los llevaban progresivamente más cerca de la producción de pseudo-vidas asombrosamente convincentes, justificando, cada día un poco más, su derecho a existir en el ahora precario fiel de la claudicante ética médica de la época.
Al recordar las injusticias vividas, sus dedos metálicos arañaban la dura superficie sobre la cual yacía, en un fútil manifiesto de la frustración que lo embargaba...
¿Con qué derecho se permitía la nunca bien justificada eutanasia geriátrica señalarlo con su helado índice? ¿Quién podía osar a etiquetarlo con el título de inservible? ¿Quién, aún más, ordenar retirarlo del mundo de los hombres?.
Y así transcurrían, interminables, las horas de la noche. Y cuando ya le parecía haber tocado fondo en los abismos de la desesperación descubría que, más abajo existían, todavía, negras profundidades que le prometían nuevos e inimaginables dolores...
De pronto, sintió su inconfundible presencia. Había arribado, incorpórea, una vez más, su leal compañera, su contraparte humana, la maravillosa experta en técnicas de telepresencia,que se hallaba ubicada físicamente a centenares de kilómetros de distancia, pero a quién la magia de la electrónica le permitía acceder en espíritu a compartir los últimos momentos de la entidad con la que había conducido esa larga y azarosa empresa de retos y vicisitudes que compendiaba su vida.
- "Saludos Elsa". En el interior de sus cavidades robóticas se establecía ahora el diálogo silente entre dos seres uno natural, otro artificial; éste en presencia, aquél en ausencia, integrados mediante la asombrosa simbiosis que posibilitaba el medio electrónico.
- "Saludos Rob". La voz de Elsa, fuerte y segura, llena de cálidas vibraciones contrastaba con el tono profundo y metálico del robot, carente aún de inflexiones, pese a los prodigiosos avances de la inteligencia artificial y las ciencias del comportamiento conjugadas en autonomía de diálogo y perfeccionamiento lingüístico.
-"Todo ha sido inútil. Hemos agotado los últimos recursos pero se niegan a concederte el indulto". Pese a su auto-control la voz de Elsa vaciló por un instante, presa de frustración y de congoja.
-"Lo sé, Elsa. Tranquilízate. Haz hecho todo lo que has podido.." Si hubo alguna reacción allá en lo profundo de su circuitaje, esta no se hizo evidente.
Había poco campo para palabras. No era ya el momento para analizar circunstancias, ni siquiera sus consecuencias. Era imperativo callar y sublimar el plano del sufrimiento...
Y así permanecieron absortos en silencioso y místico abrazo electrónico intercambiando, sin recurrir al habla, los sentimientos y recuerdos que se agolpaban, tumultuosos en ambos seres.
De esta forma, el catalizador del sufrimiento integraba humano y máquina,haciéndo a Elsa compartir, simbióticamente, como si fuera propio, el impacto sobre los sentidos que le transmitían los órganos del robot. Así,veía inmersivamente por los grandes ojos óptico-mecánicos, dotados escuchaba por su fina red de dispositivos electrónicos y percibía, SENTIA, a través de la dura piel que recubría el metálico cuerpo . Estaba allá, y, sin embargo, corporalmente, esperaba aquí..
Al amanecer, exhausta en mente y alma, Elsa abandonó el cuerpo mecánico que le había servido de herramienta, de hogar, fielmente, durante tantos años. El milagro de la telepresencia le permitía acompañar y compartir íntimamente los últimos momentos de aquellos pobres restos que yacían a la espera de su destino, muy lejos de su dueña, en un remoto galpón de la galaxia.
Era todo lo que le habían permitido las autoridades, para despedirse del más fiel colaborador que podría tener un humano.
Pero, no podía seguir ahogándose en el dolor de lo ineludible... Había que pensar en el futuro. Mañana al reincorporarse al laboratorio tendría un nuevo compañero de trabajo. Un reluciente y eficaz robot lunar producido con lo mejor del pensamiento tecnologico de la epoca y con el cual había sostenido ya las primeras entrevistas..
Restaba mucho por hacer. Repasar incontables manuales de inducción; actualizarse en cuanto a los avances y características tecnológicas de los nuevos ciberorganismos; preparase para el largo período de adaptación psicológica que presuponía la aceptación de un nuevo compañero de trabajo. Y alcanzar en el tiempo, la armonía de acción que significaba la cúspide del trabajo en equipo, actualmente descoyuntado inclementemente por esta insensible decisión.
Con deliberada intención desterró las dudas que secretamente había alimentado durante todo el tiempo transcurrido desde el instante en que sucedió el accidente.. ¿Sería en realidad su mente la que falló cuando aquel obrero fue arrastrado a su irremisible muerte? ¿Quedó oculta aquella demora de una fracción de segundo en toma de decisiones, tras la confiable fachada de una apariencia casi juvenil -fruto de la avanzada cirugía plástica de la época- cuando, en realidad, el deterioro había ya comenzado a hacer presa de su propio organismo?
¿Quién era en realidad la víctima y quien el victimario?
Allá en el lejano galpón quedaban los restos inanimados de lo que en un tiempo constituyó una maravillosa entidad interactiva al servicio del hombre, que compartió con el sus mejores momentos y ambiciones. Ahora, ignorada toda gestion, rechazada toda súplica, solo le restaba desaparecer para siempre del escenario de la actividad humana, llevando consigo el secreto de su sacrificio -negado hasta a sí mismo- por una vida natural aún mas preciosa que la artificial, según sus propios y robóticos valores...
El fin estaba ya en puerta, su vida se esfumaba definitivamente.
Pero el mundo no se detendría por ello...
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