Monday, April 2, 2007

12- VIAJERO EN LA LLUVIA

Aquel viajero deambulando en un mar de inagotable lluvia nos recuerda lo que muchas veces deseamos experimentar desde el comodo y seco refugio de nuestras viviendas, cuando afuera ruge el temporal y el mundo se diluye en borrosas imagenes y agua que baja a raudales alla abajo en las calles...


En la madrugada, la lluvia arreció. La tierra saturada por el minúsculo pero incesante bombardeo de partículas de agua a que había estado sometida en las últimas horas se cansó de jugar a la esponja y se resignó finalmente a ser cubierta por aquel infinito manto de gotas que se desplomaba majestuosamente desde las alturas, en interminables y ululantes ráfagas.

Los animales, presintiendo una situación excepciónal, preñada de peligros, habían ya huido en tropel hacia las lejanas estribaciones que circundaban la llanura, refugiándose bajo los frondosos arboles allí existentes, que resistían gallardamente el embate del viento tempestuoso, concediéndole tan solo la dignificada reverencia de sus altas copas.

El viajero no se preocupaba demasiado. Cierto que añoraba las delicias de una fuerte taza de humeante cafe negro y luego, el echarse sin prisas a dormitar en su alta y protegida hamaca donde arrebujado entre frazadas podía escuchar a la lluvia desgranar los secretos de la soledad entre arrullos y murmuraciones. Sin embargo, no temía a la intemperie ni a las manifestaciones de la naturaleza porque se había criado en ese reino salvaje y creía conocerlo bien.

Transcurrió el tiempo. La lluvia lejos de amainar incrementó su tamborilear hasta tornarse en un ensordecedor acompañamiento del alarido de rayos que se acercaban cada vez más. El viajero, enchumbado hasta los huesos, a pesar de su tupida vestimenta, chapoteaba ahora sin rumbo, siguiendo unicamente su instinto, aguzado por las vicisitudes de una existencia peregrina.

El suelo de la llanura se había convertido en un lodazal, donde millares de riachuelos se hermanaban ahora integrando un cada vez mas tumultuoso movimiento. El aire , casi líquido , era, a duras penas respirable. Tambaleándose bajo el castigo inclemente de la lluvia el viajero proseguía su camino, enceguecido por los latigazos que le azotaban el rostro continuamente y aturdido por el escándalo de la naturaleza desatada.

De pronto pudo, más que percibir, intuir, a la luz de un relámpago deslumbrador las cercanas insinuaciones de un desnivel que sugerían una situación menos comprometida que la que estaba viviendo. Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, venciendo la corriente caudalosa que se negaba a dejarlo ir, escaló varios metros y cayo rendido sobre una rocosa plataforma que se proyectaba sobre las embravecidas aguas. Abajo, el agua bramaba arrastrando furiosa grandes ramas de arboles y residuos vegetales de todo tipo.

Permaneció inmóvil por un tiempo. Luego, siempre fustigado por la lluvia inclemente, levantó la cabeza y protegiendose los ojos con el ensopado borde de su sombrero miró a su alrededor. Entonces, a la luz de los relámpagos que se sucedían ahora casi continuamente, se dió cuenta de que se hallaba sobre una estrecha y rocosa cornisa, coronada por altas rocas, que se elevaba sobre las aguas lo suficiente para no ofrecer peligro a la corriente que rugía a sus pies.

Un examen más detallado le permitió distinguir una oquedad que se abría a sus espaldas y, sin pensarlo mucho se arrastro hacia ella. Pronto se dió cuenta de que había hecho un hallazgo afortunado: se había detenido en la boca de una gruta que se perdía en la roca en la cual estaba enclavada.

Guarecido parcialmente de la lluvia, el viajero hurgó en las profundidades de sus bolsillos hasta finalmente hallar lo que buscaba: un yesquero, sobreviviente milagroso de este desastre que casi había concluido su existencia. Después de varios chasquidos infructuosos, la llama vigorosa centelleó alegremente iluminando resquicios y recovecos y , a su luz, pudo darse cuenta de que ante él se extendía una vasta antesala en cuyo umbral estaba parado y donde salpicaba apenas la lluvia. Mas allá y en un nivel ligeramente mas elevado se abría otra cámara, más resguardada y promisora y hacia ella se dirigió con pasos inseguros.

En aquella improvisada alcoba, seca y acogedora, el viajero se derrumbó sobre el grueso lecho de musgo que cubría el piso y , arrojando sus ropas empapadas a un rincón, se sumió de inmediato en un profundo y reparador sueño, desapareciendo por decirlo así en el suave colchon natural que lo rodeaba, mientras afuera la tempestad aullaba y rugía desafiante....

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Debieron haber transcurrido muchas horas cuando, lentamente, abrió de nuevo los ojos. Levantando con algún esfuerzo la cabeza escrutó el exterior. La noche había sellado la boca de la gruta con un velo impenetrable; ya no se oían los gritos de los truenos pero seguía lloviendo sin parar. El viajero meditó por vez primera sobre su situación . Se hallaba totalmente seco y el frío que sintiera con anterioridad también había desaparecido. Pero sólo para ceder paso a un apetito voraz: ¡ Qué no hubiera dado por un hirviente plato de caldo y un buen trozo de carne ! Por el momento, no había nada que hacer sino esperar el amanecer. Hecha tal reflexión se tumbó de nuevo en el muelle lecho y no tardó mucho en conciliar de nuevo el sueño, arrullado por la salvaje serenata que le deparaba el destino....

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La luz de la mañana besaba con entusiasmo la entrada de la gruta cuando despertó por segunda vez. La lluvia había cesado y el único sonido que llegaba a sus oidos era el murmullo de las aguas que lamían el pie de la cornisa. Bostezando se acercó a la boca de la gruta y miró fuera.

Hasta donde la vista alcanzaba la llanura había sido reemplazada por un mar de agua cobriza de la cual sobresalían aquí y allá troncos de todo tamaño en las mas disímiles direcciones. Ningun rastro de vida animal interrumpía la serenidad de la escena. Arriba en el cielo, a considerable distancia aún, grandes bancos de negras nubes se arrebujaban augurando una nueva embestida de las lluvias. Se sintió Robinson, en aquel minúsculo enclave donde el azar lo había depositado sin miramientos...

Pero, el tiempo apremiaba. Debía hacer previsiónes si aspiraba a sobrevivir a futuros embates de la tormenta que no evidenciaba signo alguno de claudicación . Y el hambre lo acicateaba cada vez mas...

Antes que todo, decidió hacer un rápido inventario de lo que le era accesible en el exterior de su refugio. Extendiendo su ropa y sombrero a secar bajo el ahora reverberante sol, salió al exterior y circundó el nuevo islote sobre el que se había posado. Estimó que un área no mucho mayor de unos quinientos metros cuadrados se levantaba sobre el agua circundante. De esto una tercera parte estaba constituido por roca donde se erguía , imponente, el farallón de piedra caliza que alojaba la gruta . El resto del terreno se hallaba virtualmente cubierto por una densa vegetación rastrera mientras que, hacia el extremo más lejano, se agrupaban , temerosos, algunos arbolitos cubiertos de pequeños frutos en distintos grados de madurez. Un análisis más detallado del sitio le deparó dos grandes satisfacciones : parte del piso rocoso, muy cerca del sitio donde había trepado durante la tormenta, se deprimía, formando una vasta concavidad natural en forma de copa . Como resultado de la lluvia caída, la copa estaba llena hasta los bordes de agua cristalina. Calculó que, debidamente protegida , debia abastecerlo durante varias semanas.

La otra sorpresa fue descubrir bajo un amplio reborde del farallón que le había deparado providencial abrigo, una generosa cantidad de setas que proliferaban en este habitat, aparentemente ideal para su desarrollo. Su experimentado ojo le dijo de inmediato que se trataba de una variedad comestible de exquisito sabor.

¡¡ Bueno !! pensó el viajero, el riesgo de morir de hambre o sed se aleja un poco, aunque las perspectivas que promete esta dieta de setas y bayas son dignas del mejor ermitaño... En fín, creo que srá suficiente por el momento, al menos hasta que las aguas desciendan y pueda reanudar mi viaje.

Un bronco tremor lo sacó de sus cavilaciones: en lotananza la tempestad rugía de nuevo anunciando su regreso. Rápidamente, acumuló algunas docenas de setas y las llevó conjuntamente con su ropa, ahora seca, al interior de la cueva. Luego volvió a salir y caminando hasta los pequeños arboles los sacudió con fuerza llenando el suelo de pequeños frutos que probaron ser jobos o algo muy similar. Recogiendo en su sombrero todo lo que en él cupo y también un número de ramas secas corrió de regreso a la cueva, cuando las primeras gotas recomenzaban a tamborillear sobre su cabeza.....

En pocos momentos, guarecido en su elevado alcázar cenaba frugalmente ante el alegre chisporrotear de una pequeña hoguera.

Y otra vez, la majestad estadística del diluvio universal descendió sobre el valle, borrando inclemente al mundo exterior y a los rayos del sol y a los sonidos de la llanura. Y todo fue, para el viajero, mullido refugio, y sempiterna penumbra y repiquetear furioso de incontables ejércitos de fieras gotas y gorgotear del agua enloquecida corriendo entre los peñascales...

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Con un suspiro de resignación, el cibernauta apagó la pantalla tridimensional en la cual había estado inmerso desde tempranas horas de la mañana. Con profunda nostalgia observó como se esfumaban lluvias torrenciales, pantanosos montes y cañadas, intrépido viajero y gruta protectora...

Terminaba la diversión y comenzaba la obligación. Todas las maravillas de la Realidad Virtual no eran suficientes (¿aún?) para reemplazar la necesidad del sustento diario.

Mañana serán tigres, pensó, o tal vez un gigantesco oso disputando fieramente con el viajero la posesión de la caverna... O -con toque de elegante osadía- legionarios romanos... ¿Quien sabe?

Acercó con dificultad su versatil silla de ruedas al rincón donde guardaba los borradores estadísticos que debía presentar en pocas horas, debidamente computarizados. El trabajo a distancia y una mente abierta habían permitido que personas como él pudieran subsistir en un mundo de feroz competencia. ¡ Bendita época!

Se recogió sobre sí mismo. Su escuálido cuerpo pareció vitalizarse ante la inminencia del compromiso y en sus mejillas persistió por un instante algo del fuego de juventud perdida. Luego, inclinó la cabeza y se perdió en los profundos vericuetos de su nueva tarea...

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